viernes, 11 de enero de 2013

{Serial} Blue Moon - Cap. 3



Blue Moon - Capítulo III


Antes de bajarse del coche sabía perfectamente lo que se iba a encontrar. Lo que en un principio habían parecido desapariciones fortuitas que no se encontraban conectadas entre sí, habían comenzado a formar un patrón en las últimas semanas, justo en el momento en el que comenzaron a aparecer los cuerpos sin vida y con señales que indicaban que se trataba de algún tipo de asesinato ritualizado. “Homicidio”, se recordó a sí mismo y apretó los dientes abriendo la puerta y saliendo. Mientras se acercaba a la zona acordonada reconoció a varias de las personas que se encontraban trabajando. Inclinó la cabeza en varias ocasiones y alzó las bandas para pasar. Lo bueno es que la noticia todavía no había llegado a los medios de comunicación por lo que no tendrían la presión de tener que andar esquivando cámaras y dando explicaciones para algo que no tenía una lógica establecida.

Apartado de la vista, el lugar era bastante raro de encontrar, lo que indicaba que a pesar de haberse deshecho del cadáver en un lugar público y no haberlo enterrado o incinerado, no era de aquellos que buscaban la notoriedad o, al menos, ser descubierto fácilmente. No se había puesto tampoco en contacto con la policía, lo que casi agradecía. No le gustaba lidiar con esos ególatras que buscaban, por todos los medios, saltar a la primera plana del periódico y tener a todo el país en ascuas. No solían existir esa clase de homicidios en Seúl, salvo que se tratara de algún trato sucio entre mafias. Casi tenían más trabajo los que se dedicaban a narcotráfico. La proximidad con el mercado Chino y el resto de los países asiáticos hacía que las mafias estuvieran al orden del día.

—Park.
—Shim.

Saludó con un gesto de cabeza al hombre más joven mientras se ponía  a su lado. El joven que tenía a su lado, con su altura imponente, prometía. Había sido trasladado, precisamente, de narcotráfico y tráfico de armas unos meses atrás. Aunque todavía se encontraba a prueba, lo cierto era que se había sabido adaptar perfectamente y que en esos momentos eran ambos los que llevaban aquel caso por encima del resto del departamento. Inteligente, sagaz y frío, Shim Changmin era un detective ideal, sobre todo por el conocimiento que tenía de las nuevas tecnologías que le convertía en prácticamente un genio buceando en la red. Y en los tiempos en los que vivían eso era fundamental. A pesar de todo, Park Yoochun no se fiaba de él. Había algo en el hombre más joven que lo molestaba terriblemente y no sabía exactamente de qué se trataba. Quizá fuera su capacidad para no inmutarse ni siquiera ante los más terribles escenarios cuando incluso él, después de los años, notaba cómo su estómago se encogía con repugnancia.

—¿Qué es lo que tenemos?
—Sigue el mismo patrón que los anteriores. —el alto moreno se movió ligeramente para avanzar hacia donde la policía científica estaba tomando pruebas.

El tono inquebrantable de la voz del más joven hizo que Yoochun observara durante unos segundos su espalda antes de avanzar con largas zancadas hasta esa zona, deteniéndose antes de llegar puesto que sabía que no podía acercarse más, por el momento, hasta que no terminaran con lo que estaban haciendo si no quería contaminar la escena. Era algo que tenía demasiado metido en la cabeza, quizá porque cuando era un novato que no sabía bien dónde se encontraba situado había hecho precisamente eso y había tenido problemas. Hasta que había recuperado la confianza del equipo de antropólogos forenses había sido un camino arduo. Sus cejas se fruncieron ligeramente al ver algo que no cuadraba.

—Hay dos cuerpos. —dijo entonces mientras observaba las dos telas cubriendo sendos cadáveres. —Eso es nuevo.
—Debe de estar aumentando su ansiedad o lo que sea que haya desencadenando sus crisis se ha vuelto más habitual.
—Hay que reformar el perfil psicológico. —acordó Park mientras fruncía un poco más el ceño. —Tener controladas a dos personas al mismo tiempo, poder acabar con ellas y dejarlas en el mismo lugar no es algo que se haga por una persona débil. Incluso se puede considerar que son en realidad un grupo.
—No hay evidencias para eso último. —el hombre más joven volvió su rostro hacia donde se encontraba el mayor. —Quizá fue en distintos momentos y se deshizo de ellos a la vez.
—Las horas de la muerte, hasta que podamos hacer más pruebas, son alrededor de la una de la mañana. —contestó una voz que hizo que ambos alzaran la mirada, apartándola de la escena que tenían delante de ella para observar a la joven que se encontraba a un par de pasos retirándose los guantes de latex que había estado utilizando mientras trabajaba, guardándolos en el bolsillo del mono de trabajo. —Y la precisión es exactamente la misma que en los anteriores: la caja torácica está prácticamente intacta salvo el hueco por donde ha sacado el corazón.
—Así que es la misma persona que los anteriores.
—Sí, me temo que sí. Además no hace ni un mes de la mujer que apareció un kilómetro hacia el norte. Cada vez es más impaciente.
—Lo que parece un milagro es que no haya llegado todavía a los oídos públicos, salvo el hecho de las desapariciones... —comentó Changmin apartando la mirada de la mujer sin  mostrar más interés. —¿Podemos acercarnos ya?
—Puedes... —respondió la mujer mientras se cruzaba de brazos mirando a Changmin que ignoró por completo su mirada. —... habla con Ah.

Park observó cómo Shim se alejaba para dirigirse hacia donde se encontraba uno de los hombres terminando de recoger el equipo y después se volvió hacia la mujer que tenía a su lado. Era la joven promesa del mundo forense en Seúl, había puesto toda su carrera en juego con aquel caso y llevaban trabajando juntos desde el primer momento. Observó el perfil de la mujer mientras miraba hacia donde se encontraban sus compañeros y negó por un momento. Se la notaba cansada y estaba claro que no había dormido apenas, como solía hacer. Aquella mala costumbre era algo que tenían los dos en común u que paliaban con el café que corría por sus venas en prácticamente la misma cantidad que lo hacía la sangre.

—¿Algo más?
—Sé que el que yo diga que no había visto nunca algo así no tiene mucho mérito, pero... la precisión con la que están hechos los cortes, lo limpiamente que el órgano ha sido extraído... —negó ligeramente y clavó su mirada en la del detective, teniendo que inclinar la cabeza ligeramente hacia atrás producto de la diferencia de alturas. —O es un médico, seguramente antropólogo o forense, o lleva muchos años perfeccionando la técnica de otras formas.
—¿Y no se hubiera dado cuenta alguien?
—No si se ha movido de zona. —un escalofrío la recorrió y se abrazó a sí misma, el viento fresco se había levantado trayendo la humedad del río y haciendo que de repente tuviera más frío de lo normal. —Es todo demasiado limpio, demasiado perfecto...
—Sé a lo que te refieres. —el hombre negó brevemente mientras la observaba y apretó los labios por un momento. En ese momento echaba en falta haber dejado de fumar. —Fue lo primero que pensé y estuve buceando por las bases de datos estatales, no había absolutamente nada. Sea quien sea es muy bueno limpiando sus pasos.
—Lo es, como siempre no hay absolutamente nada de dónde han estado los cuerpos antes de llegar aquí.
—¿Hombres y mujeres?
—Uno de cada...
—Ni siquiera tiene una posible víctima clara, no hay preferencias, no hay nada que nos permita hacer un maldito perfil más claro. —y eso era algo que lo estaba volviendo completamente loco. Estaba cansado, agotado y cabreado a partes iguales. Sintió el delicado toque en su hombro y bajó la mirada hacia la mujer que se encontraba silenciosa a su lado, asintiendo por un momento. —Nos vemos más tarde.

Se dirigió entonces hacia donde se encontraba Shim hablando con el otro hombre, pero en el último momento desvió sus pasos dirigiéndose hacia una de las telas para retirarla. Mujer joven, de apenas veinte años, excesivamente maquillada, lo que quedaba de ropa mostraba más que insinuaba y todavía se notaba la peste a alcohol. Prostituta. Negó brevemente para después hacer un mismo gesto con el siguiente cuerpo. Hombre de mediana edad, seguramente rondando los cincuenta, traje de ejecutivo de gran calidad, seguramente un pez gordo. Iba a ser difícil enmascarar aquello. Una cosa era poder ocultar, más o menos, las muertes de aquellos que vivían en los suburbios de la ciudad, pero aquella en particular iba a traer ríos de tinta y miles de intentos para que la familia no fuera al primer periódico o cadena de televisión que se encontraran.

Observó las marcas que habían dejado la policía científica, allí dónde podía haber posibles pruebas y negó para sí manteniéndose en la postura acuclillada. El río quedaba justo delante de él y el tráfico apenas se escuchaba. Aquel lugar era prácticamente como una maldita cueva donde poder resguardarse de la vista de cualquiera. No buscaba ser descubierto mientras los dejaba allí ni tampoco que fueran encontrados demasiado pronto. Era jodidamente cuidadoso. Chasqueó la lengua por un momento mientras se quedaba por un momento allí, quieto e inmóvil, como si de esa manera pudiera concentrarse en lo que fuera que hubiera pensado el cabrón que había hecho aquello. Aisló los sonidos, alejando las voces constantes de sus compañeros, mientras que su mirada oscura se deslizaba por el lugar. Era poco más que imposible saber qué estaba pensando un psicópata, pero él tenía bastante buenas intuiciones. O al menos las había tenido hasta que había dado con él.

—Es momento de movernos, van a llevarse todo esto para analizarlo con profundidad en el laboratorio.

La voz de Shim le sacó de sus pensamientos y se incorporó sacudiéndose por un instante los pantalones. El rostro del hombre más joven seguía sin mostrar ni un solo sentimiento. Era un genio, sí, pero la capacidad empática parecía que se había quedado en un segundo o tercer puesto. Era algo que había dejado aparcado porque no parecía que importara. Tan frío como un témpano de hielo se dirigió a su lado hasta las bandas  de la policía, pasando por debajo de ellas y acercándose hasta donde habían dejado los coches. De aquella visita solo le había quedado claro una cosa: estaban jodidos. El tiempo comenzaba a jugar en su contra  porque parecía que comenzaba a acelerar los procesos.

—Te veo en el departamento.

Shim asintió y Yoochun montó en su coche para alejarse de allí. Necesitaba hacerse con una taza de café antes de llegar a su lugar de trabajo porque sabía que aquel iba a ser un día muy largo. Tenía que revisar de nuevo el perfil del posible sospechoso y, al mismo tiempo, apuntar las ideas que le habían bombardeado cuando se encontraba allí parado, con el río Han delante de él. Había algo que le inquietaba y no sabía muy bien cómo identificar. Algo que le indicaba que tenía la solución más cerca de lo que él esperaba y sin embargo no conseguía dar con la llave que pudiera ir abriendo todas las puertas que se encontraban en ese momento cerradas a cal y canto.

—Maldición.

Golpeó el volante en claro gesto de frustración cuando se incorporó al tráfico de la ciudad y se dio cuenta de que se encontraba en un atasco. No era eso en realidad lo que le molestaba de todas formas, sino que no fuera capaz de aclarar lo que estaba pasando. Siempre había pensado que tenía la capacidad para ver los patrones mucho antes que el resto de las personas que lo rodeaban, que era capaz de ponerse en la piel de los otros y “empatizar” —aunque en ocasiones lo detestara — con todos aquellos que le rodeaban. Sin embargo con ese caso en particular era imposible. Se daba una y otra vez de golpes contra un muro en el que era incapaz de encontrar siquiera la más mínima de las grietas.

Necesitaba café y un cigarrillo.

~*~*~

El sonido del motor de la moto rompió la tranquilidad de la urbanización alejada del centro de Seúl. Las casas unifamiliares se encontraban separadas las unas de las otras por altos muros que buscaban guardar la privacidad de sus habitantes. Al fondo, lo más alejado posible del resto de las casas y casi como si se fundiera con la Naturaleza que se encontraba más allá, se hallaba la casa a la que había prometido ir hacía ya unas cuantas horas. Se sintió vigilado cuando llamó al portero automático y tuvo que esperar unos minutos hasta que el característico zumbido le indicó que se encontraba abierta, pudiendo ver delante de sí una de las fincas más grandes de la zona. Se encontraba llena de árboles y pulcramente cuidada, lo que mostraba lo mucho que sus dueños se preocupaban por detalles como aquel.

Aparcó en uno de los laterales, junto a un todo terreno que tenía los bajos llenos de barro, y se quitó el casco notando cómo su respiración se convertía en vaho delante suyo cuando respiró una bocanada. La soledad y la tranquilidad del lugar le atacó entonces; un silencio que para un urbanita podría resultar incómodo, pero que sin embargo para él era el puro paraíso. Se desmontó de la moto, colocando el casco, con los guantes dentro, en el manillar y se giró para dirigirse con largas zancadas hacia la puerta principal. Distintos olores le atacaron entonces y no pudo por menos que sonreír haciendo que por un momento unos divertidos hoyuelos aparecieran en sus mejillas. Sonrisa que se amplió cuando vio una figura menuda abriendo la puerta y saliendo escaleras abajo en una rápida carrera hasta que le saltó encima, rodeando sus piernas alrededor de su cintura y dejando un reguero de besos por sus mejillas.

—¡Yunho-ah! —la exclamación rompió con la tranquilidad y de repente se encontró de lleno en el remolino de la mujer a la que sujetó para que no se cayera. —Te echaba de menos.
—Yo también a tí Min Ah. —contestó el hombre al tiempo que dejaba que la mujer se deslizara hacia el suelo, revolviéndola la larga y salvaje melena oscura. —¿Cómo es posible que estés todavía más guapa?
—Es la alimentación, por supuesto.

Y una risa divertida explotó en su garganta, porque estaba seguro de que lo decía en serio. Delante de sí se encontraba una mujer menuda de ojos oscuros y rasgados que le miraba con una sonrisa en los labios. Su rostro de niña difería por completo de su cuerpo de mujer que apenas se dejaba ver gracias al enorme jersey color azul cielo que llevaba y los pantalones vaqueros. Ella, sin perder tiempo, lo cogió de la muñeca para arrastrarlo en dirección a la puerta parloteando sin cesar sobre lo buena y sana que era la dieta ahora que tenían el pequeño jardín donde cultivaban gran parte de los alimentos que consumían. 

Yunho se dejó llevar puesto que sabía perfectamente que ella era así. La mujer que lo llevaba sujeto de la mano como si fuera un niño pequeño era una de las más importantes dentro de su raza y también de las más incomprendidas. No todo el mundo soportaba su charla incesante que muchos consideraban como inútil e innecesaria. Él mismo a veces se preguntaba por qué demonios no la mandaba callar y por qué más de una vez se encontraba sonriendo cuando no se lo hubiera permitido, jamás, a cualquiera de sus otros congéneres.

—¿Tienes hambre? ¿Quieres comer algo? Estaba haciendo estofado, ayer fueron a cazar y tengo carne fresca. —comentó y Yunho al olfatear el interior pudo notar ese olor característico de carne recién despiezada por debajo de los efluvios que llegaban desde la cocina. —No hagas eso, es de mala educación.
—¿El qué? —preguntó sorprendido, teniendo que bajar la mirada hacia la mujer que de repente le había soltado y se encontraba delante de él con las manos en las caderas mirándolo de forma penetrante.
—Olerlo todo como si fueras un lobo.

Yunho se agachó entonces, con las manos en los bolsillos, y deteniendo su rostro a los pocos centímetros del de ella. Las miradas se encadenaron y él se puso serio entonces. Había algo en la mirada de esa mujer que tenía delante que siempre le hacía pensar en un cielo nocturno estrellado, como si fuera posible que las estrellas inexistentes comenzaran a tintinear en cualquier momento haciéndose visibles a su interlocutor. Sacó entonces la mano del bolsillo y le dio un golpecito en la nariz con el índice.

—Min Ah... —comenzó entonces, pudiendo ver cómo el inicio de la sonrisa comenzaba a deslizarse por los labios de la mujer. —.... soy un lobo, por supuesto que voy a olfatear como tal cuando llego a un lugar, ¿qué ocurriría si de repente me encuentro con una trampa?
—¿No confías en nosotros?

El pequeño puchero hizo que Yunho volviera a alzar la mano para revolverla el pelo y dejó que una carcajada se escapara con rapidez de su garganta. Para muchos Min Ah no era más que una pequeña niña en un cuerpo de mujer, alguien que no había que tener en cuenta y que desechaban con la misma rapidez que a un pañuelo de papel usado una vez que veían que a simple vista no les servía para nada o no era una amenaza. Sin embargo, Yunho sabía que todo iba mucho más allá de lo que se mostraba a simple vista. Vivían en un mundo de sombras chinescas en el que una cosa era lo que se veía en la pared reflejado, otra muy distinta lo que en realidad era. Los que no entendían eso, estaban destinados a desaparecer. Yunho lo había aprendido cuando no era más que un cachorro y tenía cicatrices que impedían que se olvidara.

—¿Confías tú en mí?

Min Ah le miró entonces, retirando por completo esa máscara aniñada que solía llevar siempre puesta, esa forma de relacionarse con los demás que le resultaba mucho más fácil que mostrar cómo se sentía en ocasiones. No mentía, no le gustaba hacerlo, pero sabía que era mejor de aquella manera porque bastante difícil había sido llegar hasta el punto en el que se encontraba y, no solo eso, poder llegar a estar junto a alguien sin que la mirara como algún tipo de monstruo extraño. El hombre que tenía delante de ella le sacaba varias cabezas de altura y tenía el cuerpo de un guerrero, lo que era en realidad. Podía imaginárselo con una armadura y una espada de la época de Joseon sin ningún problema, aunque en esa imagen debería tener el pelo más largo de lo que tenía ahora, se dijo a sí misma. Sin embargo, a pesar de la amenaza que podría significar y que exudaba de manera habitual, Min Ah sabía algo: se trataba de una de las personas más confiables que tenía la manada en ese momento.

—Sí.

La afirmación fue rotunda y por un momento hizo que Yunho se quedara sorprendido, lo que era ya decir mucho puesto que el licántropo estaba siempre en alerta. No había habido ni una sola inflexión en la voz que le indicara que estaba mintiendo y una vez más todas las barreras descendieron en el acto perplejo con la naturalidad con la que había afirmado algo así, algo que por regla general no se decía entre su raza y mucho menos con las demás. De nuevo entendía por qué el Alfa intentaba que se mantuviera lo más protegida posible y alejada de los circuitos de la ciudad en los que pudiera resultar herida. Min Ah era especial, en muchas y diferentes vertientes. Aquella era una de ellas.

—¿Para qué la preguntas si sabes que al final no va a responder lo que tú esperas?

La voz varonil hizo que Yunho se girara para ver cómo el otro hombre se acercaba hasta donde se encontraban. El Alfa tenía el rostro serio en ese momento, podía notar también que se encontraba ligeramente molesto y que todo estaba relacionado con la conversación que habían tenido hacía unas horas por teléfono. El aire marcial de sus pasos era algo completamente visible, el aura de poder y mando que le rodeaba podía dejar sin aliento a aquellos que se encontraban por debajo de él, pero sin embargo Yunho únicamente inclinó el rostro en un gesto de reconocimiento. 

No hubo venias, ni reverencias y mucho menos mostró el cuello en señal de sumisión. Las miradas de ambos se encontraron y chisporroteó esa tensión que siempre había cuando dos lobos alfas se encontraban en la misma sala, porque ambos sabían que Yunho era capaz, si se lo propusiera, de luchar por el puesto. Aunque también sabían que no estaba interesado en política.

—Rain.
—Llegas tarde. —comentó hasta detenerse a un par de pasos, palmeando por un momento el hombro de Yunho y mirando hacia Min Ah. —Vas a tener que poner otro plato en la mesa.
—No hace falta...
—No mientas. —Rain sonrió y toda la tensión acumulada desapareció en el acto cuando le echó el brazo por los hombros para llevárselo en dirección contraria por la que llegaba el olor a comida. —Los dos sabemos que has tardado para probar lo que Min Ah tiene en la cocina y evitarte cocinar.

Ambos cruzaron una sonrisa cómplice al tiempo que observaban cómo la mujer se dirigía con rapidez hacia la cocina. Era la única forma de quitársela de enmedio para poder hablar con tranquilidad. Si había algo en lo que los dos estaban de acuerdo era en que tenían que proteger a Min Ah, aunque tuvieran ideas diferentes de cómo hacerlo: Rain prefería mantenerla en una burbuja, Yunho consideraba que tenía que saber todo lo que fuera posible para estar preparada. Ambos sabían que había algo que serpenteaba hacia ellos con no muy buenas intenciones. Algo que podría aprovecharse de la inocencia de Min Ah y del poco conocimiento que tenía de lo que en realidad sucedía en el mundo sobrenatural.

—Ven, Jung, acompáñame a la Biblioteca.

De nuevo esas dos palmadas en el hombro mientras se dirigía hacia una de las partes de la casa que más les gustaba a ambos, donde el olor a madera, al fuego de la chimenea y a cuero predominaba sobre todos los demás. No era la primera vez que tenían conversaciones en aquel lugar y por lo tanto no hizo falta que le indicara el camino. Cuando entraron Yunho se quitó la mochila que llevaba en los hombros para dejarla sobre uno de los sillones, haciendo lo mismo con la bufanda y la chupa de cuero, para después girarse hacia la chimenea donde se podía ver un fuego recientemente avivado.

—Esto es lo único que te envidio. —comentó el Rastreador mientras se agachaba observando las llamas. —Algo así no podría tenerlo en el apartamento.
—No sería demasiado cómodo. —asintió Rain acomodándose en el sillón que estaba delante de donde Yunho había dejado sus cosas, estirando las piernas y mirándole con atención. A pesar de las pocas horas que había dormido a simple vista se encontraba en perfecto estado. —¿Y bien?

No era alguien que diera rodeos, al contrario. Era directo, muchos dirían que demasiado, pero era su forma de hacer las cosas. Los subterfugios de los que muchos gustaban, era algo que no terminaba de entender, y que al final no llevaban a ningún lado. Yunho lo agradecía, aunque en ese momento había estado esperando tener un poco más de tiempo para poder organizar lo que tenía en la mente, que desde luego no era poco. Se incorporó entonces, pero no se giró de forma inmediata sino que durante unos segundos su mirada castaña se perdió entre las llamas como si de esa manera pudiera encontrar una solución, algo que poder decirle al hombre que se encontraba sentado a sus espaldas.

—¿No se han puesto en contacto contigo? —preguntó entonces Yunho, recuperando de esa manera la conversación que horas antes habían mantenido por teléfono al tiempo que se giraba para mirarlo. —No me digas que soy el único que ha tenido la oportunidad de conocer a su majestad.
—Se ve que tú tienes algo que necesitan. —Rain observó a su congénere moverse hasta dejarse caer en el sillón que tenía delante de él y echarse ligeramente hacia delante. —¿Qué vas a hacer?
—Ya te lo dije, no pienso entrar en tratos con las sanguijuelas. —el hombre apretó la mandíbula con fuerza. —Por eso necesito a Min Ah.
—¿Y qué piensas que vas a conseguir con eso?
—Ella puede ver más allá de lo que nosotros somos capaces, estoy seguro de que hay algún tipo de prueba que yo no soy capaz de notar.
—Pásame lo que tienes hasta el momento.

Yunho sacó una carpeta para pasársela a Rain y observó cómo el hombre se ponía más cómodo, poniéndose a leer todos los informes y las gráficas que había hecho en los últimos meses. Se recostó entonces en el sillón mientras que Rain revisaba lo que le había entregado. No eran demasiados datos para el tiempo que había dedicado a aquello. Las desapariciones era algo que se conocía entre los seres sobrenaturales de la ciudad. En un primer momento no lo habían tomado muy en cuenta, pero cuando aparecieron los primeros cadáveres con señales claras que indicaban que un simple humano era incapaz de hacerlo, comenzaron a movilizarse. Él había sido el encargado, como buen Rastreador que era, de intentar averiguar de qué demonios se trataba. Y hasta el momento no había descubierto absolutamente nada.

Sentía frustración, porque sabía que en cualquier momento podría volver a suceder y no era capaz de adelantarse como solía suceder. Era como si lo que fuera que se estuviera cebando con la gente de la ciudad, supiera exactamente cómo esquivarle. Y eso le cabreaba, le cabreaba mucho.

martes, 6 de noviembre de 2012

{Original} Truco o Trato [Especial Halloween]





Truco o Trato
~ Lyenever

Título: Truco o Trato.
Personajes/Pareja: OC.
Rating: +18.
Género: Sobrenatural. Romance.
Resumen: En la noche del 31 de Octubre todo puede ser posible... absolutamente todo.
Disclaimer: Esta historia ha salido de mi cabecita loca, lo mismo que los personajes. Lo cierto es que como todo tiene sus inspiraciones y una de ellas fue “La Noche deSamhain”, un relato que está escribiendo una buena amiga y que os recomiendo que echéis un vistazo si os gusta la temática de fantasía. Supuestamente esto iba a ser para Halloween y un fanfic, pero las Musas tenían otra idea. Espero que disfrutéis.

Era Halloween. En el cielo brillaba con fuerza la Luna Llena que se encontraba en su tercer día, brillante, eterna; redonda como si fuera un globo que alguien hubiera soltado y se hubiera colgado en lo alto; dorada como si estuviera cargada de polvo de hada. Ella, sin embargo, ignoraba todo aquello mientras conducía de vuelta a su casa con la música a todo volumen y la mirada fija en la carretera. Se encontraba agotada del trabajo, solo soñaba con llegar a casa, desprenderse de la ropa, darse una ducha si tenía la fuerza suficiente y después dejarse caer encima de la cama. Le dolían los hombros y sentía un pinchazo en la zona de los riñones cuando se movía demasiado rápido. Había trabajado hasta su límite y ahora tenía que pagar las consecuencias. Respiró hondo por un instante haciendo la maniobra que le introduciría en el interior del garaje de la casa unifamiliar en la que vivía y bajó del coche cerrando la puerta con un golpe sordo que retumbó en el silencio del lugar mientras se dirigía hacia el interior de su casa.

En cuanto puso un pie dentro de la misma, el gato negro se acercó maullando buscando los mimos acostumbrados y, por qué no decirlo, la comida que había estado anhelando durante todo el día. Era su única compañía y también la que más fiel había sido en los últimos años. Hacía tiempo que se había dado cuenta de que las relaciones personales no eran lo suyo, o esa era al menos la impresión que le daban. Había decidido, por tanto, con mayor o menor atino, que prefería la compañía de animales como aquel que corría entre sus piernas, rozándose con suavidad contra el borde del pantalón mientras se dirigía hacia la cocina. En el camino dejó el maletín que llevaba y el bolso, se desprendió del abrigo negro y se frotó las manos por un instante notando el lugar especialmente frío en aquella noche. Era noche de brujas y el momento en el que el velo entre los mundos estaba más fino de lo habitual, provocando que su piel se erizara a cada mínima corriente recordándola que debía estar preparada.

—Pareces contento. —comentó mientras escuchaba el ronroneo cuando se agachaba para recoger el comedero y el bebedero, dispuesta a rellenarlos. —Supongo que tu día ha sido mucho mejor que el mío.

Al moverse dejó escapar un pequeño gemido de dolor, cuando se incorporó quizá demasiado rápido, y pudo notar ese pinchazo que le recordaba que debería haber descansado en algún momento de la semana, que por muchas entregas que tuviera que hacer, por mucho trabajo acumulado que le quedara, no debía jugar con su propia salud. Sin embargo, ¿a quién le importaba? Ella misma había decidido apartarse de la sociedad hacía un año. Los recuerdos provocaron que se mordiera el labio inferior al tiempo que echaba el agua y después se movía para agacharse, deslizando lentamente sus dedos por el pelaje oscuro mientras observaba al felino comenzar a comer. Apoyó las manos en las rodillas y se incorporó de nuevo. Recuerdos y más recuerdos, aquellos días estaban llenos de ellos, como si los fantasmas del pasado hubieran decidido llegar todos de golpe para recordarla que por mucho que corriera, siempre estarían a un paso por detrás de ella.

Negó y con ese gesto el cabello oscuro se agitó a su alrededor. Llevaba unos días en los que el hambre había desaparecido y sabía que la razón no era otra que los sueños que se repetían en una cadena sin final. Apretando los labios, sin embargo, se acercó hasta el frigorífico para abrirlo y asomarse a su interior. Las baldas no le ofrecían nada que le apeteciera en especial. Tras unos segundos de duda se decidió por las sobras de una lasaña que había hecho el día anterior en un ataque de cocinillas que no solían aparecer muy a menudo. Mientras que la comida se calentaba, se dirigió hacia su habitación para poder sacar la ropa limpia que se pondría.

¿Qué hora era? ¿Las diez? ¿Las once de la noche? El frío había calado por completo en su interior hasta el punto que sabía que si no hacía algo para remediarlo seguramente no podría pegar ojo. No era solo  por motivos de la estación en la que se encontraba, sino por algo mucho más... sobrenatural. Decían que en aquellas noches los fantasmas tenían campo libre para pasearse por el mundo de los vivos. Incluso le había parecido escuchar a los perros de Hécate o de La Morrigan, cualquiera de las dos diosas de la Antigüedad le ponían la piel de gallina de la misma forma, mientras se dirigía hacia su casa. Esa era la razón por la que había puesto la música clásica tan alto que incluso creía que ahogaría sus propios pensamientos.

Sin embargo, estos siempre estaban ahí: planeando como cuervos oscuros que no le dejarían jamás en paz. El click del microondas le indicó que ya tenía la cena preparada y volvió a la cocina donde la recibió su gato mirándola con esos ojos ambarinos que hicieron que un pequeño escalofrío la recorriera, sobre todo porque durante los siguientes minutos en los que ella estuvo comiendo con completa desgana no se despegaron de ella. Como si la estuvieran observando, el sonido del teléfono móvil rompió por completo su concentración en el momento en el que se estaba levantando para tirar lo que no había conseguido comer. Sorprendida de que la llamaran a esas horas, se dirigió hacia el sofá donde antes había dejado sus cosas y rebuscó durante unos instantes en los bolsillos del abrigo hasta que dio con el causante de haber roto la tranquilidad, deteniéndose al ver el nombre que marcaba la pantalla durante un segundo.

—¿Sí?
—Oh, todavía no estás dormida. —el tono alegre de la otra persona hizo que arqueara una ceja y esperó a que continuara. —¿Qué tal la cena?
—Si sabías que estaba cenando...
—No te pongas quisquillosa, solo te llamaba para saber cómo estabas.
—Pues... bien.
—¿Nada extraño o digno de mención?
—¿Cómo qué...?

Por un momento no continuó porque allí de pie, mirando hacia la ventana, un resplandor iluminó por completo su pequeño jardín trasero haciendo que frunciera un poco más el ceño al haberse quedado deslumbrada. El gato, que había estado junto a la puerta del salón que daba al jardín hasta ese momento, se bufó por completo mirando hacia el exterior y salió corriendo en dirección contraria. Arqueando por un momento la ceja se separó el teléfono ya que no llegaba sonido alguno y pudo ver que la llamada se había cortado. Maldijo por un instante y estuvo a punto de llamar a la mujer con la que estaba hablando hacía un momento, pero de nuevo tenía una llamada entrante.

—¿Qué es lo que has hecho? —preguntó en el acto, dirigiéndose hacia el ventanal para mirar hacia el exterior. Cualquier otra persona se hubiera ido a resguardar en la habitación o directamente habría salido de la casa en su coche, porque de pronto hacía un frío tremendo con pequeños picos de calor, además de la horrible sensación de que había algo que la estaba observando. —Maldita sea... no te rías.
—No me estoy riendo. —pero la voz entrecortada indicaba todo lo contrario. —¿Qué es lo que has visto?
—Tengo la sensación de que sabes perfectamente lo que he visto. ¿Te vas a explicar de una vez?
—Oh, querida, te aseguro algo: no te vas a arrepentir en absoluto de lo que va a pasar esta noche.

El sonido de la llamada cortada provocó un bufido en la mujer y miró con mala cara el teléfono antes de volver a asomarse al pequeño jardín desde la seguridad que le daba el estar dentro de casa. No se veía nada. Después de ese resplandor que había sido casi como si de golpe una estrella hubiera caído en su jardín, la oscuridad había vuelto y allí fuera no se movía ni un alma ni tampoco había sombras que pudieran hacer pensar que alguien o algo le estaba acechando y sin embargo esa molesta sensación no se iba. Se concentró entonces, porque había cosas que no se veían a simple vista y ella lo sabía perfectamente, pero sus otros sentidos tampoco le mostraron nada. Fuera lo que fuera, por lo que parecía, eran solo delirios de su querida y amable amiga. Aunque en ocasiones, tener amigas como aquella, le daban más dolores de cabeza que otra cosa.

Amigas con las que hacía semanas que no hablaba, por cierto. Se recordó que tenía que ser amable, que debería haberla llamado ella, que no le hubiera costado nada, pero no lo había hecho y no se había enterado de qué era lo que pasaba por esa cabeza loca. Ambas se habían conocido tiempo atrás y a pesar de la diferencia de edad se llevaban todo lo bien que se podían llevar dos personas que eran tan distintas en unas cosas y tan similares, como si se estuviera viendo en un espejo, en otras. Las circunstancias habían hecho que se conocieran y que encajaran prácticamente desde el primer momento, como si fueran dos piezas de un puzzle que se estaba haciendo y que necesitaban encontrarse por una u otra razón. Negó brevemente mientras volvía a echar un vistazo hacia el exterior y finalmente se dio la vuelta.

No iba a entrar en sus juegos. La conocía lo suficiente como para saber que en esos momentos se encontraría en su buhardilla riéndose de ella e imaginándosela por completo asustada, mirando hacia un jardín que estaba vacío. Buscó en su mente soluciones racionales para lo que acababa de pasar: seguramente habría sido algún foco del vecino. Ese hombre extraño que de vez en cuando hacía cosas todavía más extrañas. No le extrañaría para nada que tuviera algo de eso en su casa y que en una noche como Halloween le diera por jugar. No comprendía muy bien a esa pareja de hombres que vivía a su lado. Eran tan diferentes entre sí que dudaba mucho que pudieran sobrevivir juntos sin matarse y sin embargo llevaban allí casi el mismo tiempo que ella: y eso se resumía en un año.

—Ven aquí, no te preocupes... no ha sido nada. —comentó mientras cogía al gato negro que se encontraba agazapado entre dos muebles mirando fijamente hacia el jardín. —No hagas ni caso, sea lo que sea ha sido una de sus locuras y siendo Halloween está más que claro que le apetecía jugar con nosotros.

“Truco o trato”. Con ella siempre era una mezcla de ambos y eso que ninguna de las dos creía en realidad en Halloween y en esa fiesta americana que se había exportado al resto del mundo. No, ambas iban más allá y se deslizaban por entre las líneas de un tapiz mucho más formado, más tupido, más antiguo. “Samhain”. Ese nombre le provocaba a la vez escalofríos y un profundo respeto. Era la fiesta del inicio del año y de recordar el pasado, a los que ya no estaban con ella y se habían marchado, de todo aquello que se había quedado atrás y que en esos últimos meses había sido mucho. Era el inicio de la Rueda que giraba sin parar desde hacía cientos de años y, sin embargo, no podía evitar sentirse incómoda porque era el momento en el que todo parecía mucho más profundo, en el que todo era demasiado real; incluso aquello que sabía que no estaba allí.

O que no debería estar allí.

Se deslizó entonces en dirección al piso superior donde se encontraba su habitación y también el baño principal. Definitivamente iba a darse su propia fiesta que se resumía en velas aromáticas, sales de baño y algo de música. A pesar de la hora, que rozaba las doce de la noche, necesitaba desconectar. Al día siguiente era fiesta, no tendría que madrugar —otra cosa era lo que su cuerpo decidiera hacer en contra de su voluntad — así que podía “perder” el tiempo de esa manera si así le apetecía.

~*~*~


El hombre salió de la sombra que le había protegido de los escrutinios de la mujer justo en el momento en el que los talones desaparecieron de su vista mientras ésta subía por las escaleras. Había sentido el tirón y después el maldito viaje que siempre provocaba que su estómago se encogiera, hasta el punto de que en más de una ocasión —cuando era más joven— había terminado por vaciar su estómago con toda la deshonra que eso implicaba y la debilidad que demostraba. Chasqueó la lengua brevemente mientras se sacudía las manos en los pantalones de cuero curtido y observó con desgana a su alrededor. Si se concentraba lo suficiente todavía podía ver los restos de la magia que se había utilizado para traerlo hasta ese lugar y no estaba del todo seguro de si era algo que le molestaba... o le halagaba directamente en lo más profundo de su ego. Decían que los dioses tenían muy diferentes maneras de mostrar el camino a los mortales y entre su gente, que en ocasiones eran considerados como tales, no era muy extraño que esas manera incluyeran el traslado de un lugar a otro.

En realidad, era la primera vez que se encontraba en lo que los humanos denominaban “Tierra” desde hacía demasiado tiempo. Había un olor extraño que no terminaba de identificar y los edificios eran más grandes de lo que hubiera podido imaginar. La luz excesivamente brillante podía llegar a molestarlo si la miraba demasiado fijamente y si sus ojos se alzaban hacia el cielo apenas podía distinguirlo; un cielo que no difería demasiado al suyo propio. Y después estaba ese molesto zumbido, como un murmullo, que no terminaba nunca. Decidió entonces que lo mejor era averiguar por qué demonios le habían llevado hasta ese lugar y por qué no se habían hecho las libaciones oportunas, ni había nadie para recibirlo como era la costumbre... y la ley.

En el pasado, cuando ambos pueblos estaban mucho más unidos, no era extraño que se hicieran tratos entre unos y otros, aunque tonto era el humano que entraba en esos juegos con uno de su raza. Nada era gratis, absolutamente nada, y por regla general no estaban del todo bien vistos. Mucho menos cuando esa religión que terminó siendo mayoritaria, en la que se adoraba a un solo dios, comenzó a extenderse por las tierras conocidas. Las llamadas habían sido cada vez más escasas y los contactos se podían contar con los dedos de ambas manos. Las brumas habían caído para separar ambos mundos, ocultando el suyo y alejándolo cada vez más. El velo era profundo la mayor parte del año salvo en un momento en particular en el que parecía como si llegaran a rozarse; como si de forma suave y delicadamente cayeran todas las barreras y los seres pudieran caminar de un lado para otro con más facilidad.

Sin embargo, él no estaba acostumbrado a toda aquella palabrería que era algo que llevaban otros. El hombre tenía preocupaciones mucho más acuciantes en su día a día. Sí, hacía caso a lo que le contaban, había vivido alguna experiencia y conocido a otros que la habían hecho viajes similares a los de él: y algunos no volviendo jamás. Quizá, por ese último hecho, hacía tiempo que había preferido mantenerse por completo lejos de todo aquello. Todo lo lejos que podía estar considerando quién era y a qué pertenecía. Su mano chocó contra la superficie cristalina y suspiró al darse cuenta de que era una maldita puerta que tendría que abrir. Hizo presión en el picaporte y este no se movió, provocando que arqueara las cejas y mirara hacia el interior, hacia ese felino que le miraba fijamente y que no había podido engañar de la misma manera que había hecho con la mujer cuando había notado que intentaba ver más allá de lo visible, adentrarse en lo invisible.

Los gatos eran animales que se encontraban conectados con el Otro Lado de una manera en la que los humanos no podían ni siquiera imaginar. El hombre arqueó brevemente una ceja y se concentró en la cerradura durante unos segundos, los únicos que necesitó para por fin abrir la puerta de aquella casa extraña e introducirse en el interior cerrando tras de sí. Las botas que llevaba no hicieron ruido alguno cuando anduvo un par de pasos por el suelo cubierto por una gruesa alfombra y el hombre no dejó de observar en ningún momento al felino que en cuanto se acercó lo que consideraba como demasiado, salió corriendo escaleras arriba de nuevo: Buscando la seguridad de la mujer con la que se encontraba vinculado, supuso el hombre mientras miraba a su alrededor. Los muebles parecían de buena calidad, muchos de ellos desconocidos como una superficie alargada que se encontraba oscura y se preguntó de qué se trataba. Sin embargo la música que le llegaba desde el piso superior pronto le hizo olvidarse de todo y se dirigió a las mismas escaleras por las que la había visto subir.

A simple vista no había nada fuera de lo normal en aquella casa, más allá del hecho de que se trataba de una estructura desconocida, pero en pequeños detalles podía ver que no se encontraba frente a una mujer normal. Había un rastro a incienso y a velas que llegaba hasta su olfato mientras subía, los mismos cuadros de las paredes parecía que estaban elegidos al azar pero conformaban perfectamente un entramado de protección que provocaba que el vello de sus brazos se erizara a cada paso que daba. Era la Esencia que se movía en un enorme escudo protector que prevenía de la entrada de entidades no deseadas a la casa, manteniendo a salvo a la dueña de esta y al gato negro que le observaba desde lo alto de la escalera.

Un escudo que, por supuesto, no lo afectaba a él. Al contrario, le atraía como lo hacía la miel con las abejas.

~*~*~

El sonido de las gaitas se escuchaba desde el exterior del baño iluminado suavemente con las velas que se podía ver gracias a la puerta entreabierta. La mujer, ajena al inesperado visitante, se encontraba dentro de la ducha dejando que su voz se alzara de vez en cuando acompañando a la melodía que no dejaba de sonar. Mientras que el agua, quizá demasiado caliente, se deslizaba por su cuerpo visualizaba cómo las malas energías del día iban desapareciendo con la misma facilidad. Era un ejercicio de visualización de los más comunes y que llevaba años practicando. No estaba muy segura de cómo o cuándo había comenzado con aquello: como la mayor parte de esas cosas prefería no pensarlo. Muchas de ellas habían llegado de manera natural, sin preocuparse de por qué lo hacía.

El baño con sales aromáticas se había cambiado por la ducha que era más rápida y ecológica. El agua había empapado su cabello oscuro que caía como una cortina de seda negra hasta cubrir sus pechos por delante y más allá de la mitad de su espalda por detrás. Alzó el rostro susurrando unas palabras para sí mientras el sonido de la música llegaba de forma amortiguada a través del agua que caía. Siempre se había sentido a gusto en ese elemento, mientras que su cuerpo se relajaba y ese no iba a ser el día que aquello fuera a cambiar. Sin embargo, sintió algo que a pesar del agua caliente, provocó que la piel de sus brazos se pusiera de gallina. Apretó los labios por un instante y se concentró, pero una vez más no notó absolutamente nada.

Allí estaba de nuevo esa molesta sensación de que no se encontraba sola, más allá de su gato por supuesto. Farfulló una maldición mientras terminaba de aclararse el pelo. Estaba claro que iba a tener que hacer algo al final. Lo único bueno de aquella ducha es que se encontraba mucho más descansada. Los músculos se encontraban relajados y, al menos, no le dolía la zona de la cintura cuando se movía aunque fuera de manera brusca. Se movió un par de minutos después estirando la mano tanteando en busca de una toalla que sabía que no había dejado demasiado lejos, pero que parecía que de repente se había esfumado por arte de magia. Se estremeció una vez más, el calor que había sentido en el interior de la ducha se estaba yendo en el mismo momento en el que había abierto la puerta de esta. Uno, dos, tres intentos más tarde sus dedos rozaron por fin la toalla y tiró de ella hacia sí, pero no se movió. Con reticencia porque sabía que fuera iba a tener un frío de mil demonios, se asomó y lo que vio provocó que cerrara en el acto la puerta con el corazón a mil por hora.

Fuera, el hombre sostenía la toalla con una sonrisa divertida. Aquel aparato para bañarse era muy interesante. A pesar de que no podía verla con claridad, se distinguía perfectamente el contorno del cuerpo de la mujer: alta, de caderas redondeadas y pechos llenos, estaba muy cerca del ideal que rara vez encontraba en su propio mundo. Y después estaba ese olor que más allá del de las velas o el incienso, le llegaba. Un olor tan apetecible que había provocado que se endureciera casi en el mismo momento en el que había puesto un pie en aquel lugar. Suponía que venía de todos esos botes que había visto que utilizaba y que se encontraban desperdigados por el resto de las superficies blancas de aquella habitación.

—¿Quién demonios eres tú?

El hombre esbozó una media sonrisa al escuchar la voz de la mujer. Se había encerrado ella sola. Ahí dentro no podía ir a ningún lado y además tenía una vista de lo más interesante aunque no fuera directamente. Suponía que ella ni siquiera se habría dado cuenta de ello porque de otra manera estaba seguro de que al menos le hubiera arrebatado la toalla que tenía entre las manos. Esa tela que tenía en las manos y que era suave al tacto. Sus dedos se aferraron brevemente a esta y una pequeña sonrisa apareció en sus labios. Si hubiera alguien allí que lo conociera hubiera identificado aquel gesto como algo de lo que tener cuidado, mucho cuidado.

—Eso mismo me pregunto yo sobre ti. —respondió, haciendo que su voz grave, con un ligero acento que ella no pudo reconocer, estremeciera todo su cuerpo. —Tú has sido la que me ha llamado.
—¿Que yo qué...? —sin embargo no continuó, porque la voz de su amiga apareció de pronto. —Oh... voy a matarla, juro que lo haré. —exclamó por fin y después se estiró pegándose a la mampara de la ducha y dando un espectáculo mucho más interesante al hombre. —Dame la toalla y hablemos.

Los dedos de ella apenas llegaban a verse y él negó. No estaba seguro de si era consciente de lo que estaba provocando en él en esos momentos. El enfado en su voz hablando de esa otra persona le hizo arquear las cejas porque no era tan estúpido como para no darse cuenta de que algo allí no estaba bien. Ese gesto de sorpresa no era algo común, por regla general se hincaban de rodillas o comenzaban con las peticiones casi en el acto, como si fueran algún tipo de genio salido de la lámpara. Estúpidos.

—Hagamos un trato, abre esa maldita puerta... y te daré la toalla. Es bastante incómodo hablar con eso de por medio.
—¿Quieres que abra la puerta sin más?
—No creo que realmente hayas creído que mantenerte ahí encerrada te va a salvar de mí.

Uno, dos, tres segundos de silencio absoluto. Finalmente vio cómo se separaba y finalmente abría la puerta. Su piel pálida estaba recorrida de pequeñas gotas que se deslizaban por su cuello, por su clavícula, hasta finalmente morir en sus pechos o bajar incluso más abajo. Por un momento sintió que se quedaba sin respiración y que tenía la boca seca.  Allí, plantada delante de él, cubriéndose con los brazos y las manos, tenía a una verdadera diosa. Sus ojos tenían un color extraño, no eran claros pero tampoco se podía decir que eran oscuros del todo. Tenía ese color miel que podía variar hacia el verde, el gris o el marrón según le daba la luz y su estado de ánimo. En ese momento, por ejemplo, eran del gris de un cielo de tormenta y eso hizo que una pequeña sonrisa apareciera en sus labios, sonrisa que solo se acrecentó cuando pudo ver el gesto de molestia en su rostro.

—¿Y bien?
—Sal de ese cubículo y ven aquí.
—No me gusta que me den órdenes.
—Ya somos dos.

Dudó, pero finalmente uno de sus pies tocó el suelo con cuidado teniendo miedo de caerse. El hombre extendió entonces la toalla delante de él esperando a que se acercara. Ella frunció el ceño al darse cuenta de lo que quería que hiciera viendo cómo tenía los brazos abiertos y decidió que era una estupidez todo aquello, que no pensaba dejarse gobernar por alguien de esa manera y menos por un hombre que no conocía. Se acercó entonces con rapidez y decisión cogiendo la toalla y tirando hacia ella.

—Si piensas que voy a dejar que...

No continuó, no pudo, porque de repente el aire se había ido y ella se encontró cautiva de esos brazos que la rodearon junto con la toalla, haciéndola girar hasta que su espalda quedó contra el pecho de él. No eran solo sus brazos, no, la toalla se había enrollado en torno a su cuerpo. Sintió entonces el aliento de él rozando su cuello y por un momento cerró los ojos. ¿Cuánto tiempo hacía que no le habían abrazado de esa manera? ¿Cuánto hacía que no sentía el cuerpo de un hombre sujetándola? Por un instante fantaseó con protección y cariño, con amor y lealtad. Eran cosas que echaba de menos y de lo que no se había dado ni cuenta. Se permitió un momento de debilidad mientras que su olor la envolvía por completo y el frío que había sentido durante toda la noche se desvanecía frente a su calor.

“Solo un poco más...”

—¿Siempre eres tan complaciente? —susurró esa voz grave y masculina en su oído, haciendo que se tensara por completo. Había un rastro de burla que hizo que se moviera intentando apartarse.
—Suéltame.
—¿Estás totalmente segura de que es eso lo que deseas?
—Oh, por los Dioses, ¿te han dicho alguna vez que tienes el ego por las nubes?

La carcajada masculina fue casi como una caricia en su piel que mandó miles de respuestas diferentes por todo su cuerpo. No había necesitado ni una maldita caricia, ni un solo beso, para que ella le deseara. Y eso era algo que provocó que se enfadara. Se movió una vez más intentando soltarse, pero había caído demasiado fácilmente en su presa y no pudo hacerlo. Se llamó entonces estúpida.

—Estáte quieta y déjame hacer, cuando acabe podrás insultarme todo lo que quieras.

La pregunta de qué iba a hacer se quedó anclada en su garganta cuando notó cómo empezó a deslizar la toalla por su cuerpo. Sabía que únicamente estaba secándola, pero ambos sabían perfectamente que no sólo era eso. Que había mucho más. De forma metódica, como si fuera un cazador en busca de su presa, el hombre fue secando gota a gota que se deslizaba por su cuerpo; Esa que se paseaba por su cuello antes de bajar lentamente por su clavícula, aquella que conseguía zafarse y moría en sus pechos, la otra que encontraba el camino por el valle entre sus senos y corría hacia el ombligo. La mujer no pudo evitar cerrar los ojos e imaginar. Imaginar que eran sus labios los que seguían el recorrido húmedo abriendo otros nuevos; sus manos, lejos de la separación que daba la toalla, las que recorrían el contorno de su cuerpo provocando que miles de fuegos diferentes naciera en ella. Y voló, mucho más alto de lo que hubiera imaginado durante los minutos que aquel escrutinio duró hasta que murió de repente.

—¿Qué es esta marca?
—¿Mmm? —preguntó en un primer momento, incapaz de hablar, hasta que se dio cuenta de lo que se trataba. —Algo que me hice cuando era adolescente.

Se giró entonces, roto el embrujo en el que había caído durante unos minutos y le arrebató la toalla para ponérsela alrededor de su cuerpo antes de dirigirse hacia donde había dejado la ropa. Era estúpido mantener el pudor cuando él la había visto desnuda y, no solo eso, había podido recrearse con todo su cuerpo por un momento de debilidad. Idiota, se llamó mentalmente, mientras tomaba la ropa interior y se la ponía antes de hacer lo mismo con los pantalones del pijama y una camiseta enorme que había comprado hacía mil años y que todavía usaba para dormir. Tomó otra toalla y se comenzó a secar el pelo mientras fruncía el ceño intentando buscar algo de lógica en todo aquello.

—Te preguntaría tu nombre, pero me imagino que no me lo darás y si te amenazo con llamar a la policía te va a dar igual. —clavó su mirada en los ojos de él, demasiado claros como para ser de este mundo y él arqueó las cejas. Estaba por completo fuera de lugar, con los brazos cruzados observándola de una manera en la que ningún hombre lo había hecho antes. —Así que voy a modificar las preguntas habituales por un... ¿qué haces aquí y qué quieres?
—¿Te ha entrado agua en los oídos para no poder escuchar bien? —preguntó entonces con un rastro de burla. —No he sido yo el que ha pedido estar aquí... aunque a la segunda pregunta sí que te puedo contestar.
—¿Y qué es lo que quieres?

No hizo falta que contestara porque pudo leer la respuesta con claridad en esa mirada que se hizo todavía más intensa. Esa mirada que parecía que podía ver más allá de su ropa. Sintió entonces calor, un calor intenso que provocó que se moviera hacia atrás un par de pasos hasta que dio contra el lavamanos que había dejado a su espalda. Los dos pasos que había retrocedido, él los dio en su dirección haciendo que su baño, que siempre le había parecido de un tamaño más que aceptable, pareciera mucho más pequeño de golpe. La atmósfera se hizo pesada de repente, agobiante, como si el aire se caldeara hasta el extremo que costaba respirar con normalidad. Sentía cómo su cuerpo se afanaba por hacerlo, cómo su respiración de repente se había hecho rápida y superficial, cómo su corazón había comenzado a bombear sangre latiendo todavía más rápido. Tragó saliva porque lo necesitaba, porque estaba segura de que si hablaba en ese momento no saldría su voz sino otra muy diferente, opacada por el deseo.

—¿Estos juegos te sirven? Has entrado en una casa ajena porque sí y...
—Deja la maldita lógica, tú sabes perfectamente qué soy y por qué estoy aquí. —la amenaza se reflejó en su mirada e intentó volver a retroceder pero no pudo. De pronto se sintió prisionera cuando las manos del hombre se apoyaron en el lavamanos a ambos lados de sus caderas y se inclinó hasta que su rostro estuvo a unos pocos centímetros del suyo, mirada contra mirada, aliento contra aliento. —Si tenía alguna duda, bruja, ha desaparecido en el mismo instante en el que he visto la marca de la Diosa en tu nuca. —su corazón latía tan rápido que pensaba que él podría llegar a escucharlo y negó por un momento. —No intentes mentirme, no de nuevo. ¿Pensabas acaso que podrías encarcelarme en este lugar? Dime, mortal, ¿qué es lo que deseas?
—Yo no te he llamado, jamás jugaría con algo como esto.
—¿No lo harías? Oh, pequeña, llevas jugando desde el mismo instante en el que te tatuaste esa marca que te muestra como alguien que sabe los Misterios. —alzó la mano, hasta sujetarla por la barbilla y la inmovilizó con sus caderas, haciendo que sus cuerpos se pegaran por completo y sin molestarse por ocultar la excitación que sentía desde el mismo momento que había entrado en aquella habitación. —Dicen que los que juegan con fuego terminan quemándose...
—Me he alejado de todo ese mundo, llevo más de un año sin practicar.
—¿Sí? Pues eso no dice toda tu casa, se nota la Esencia entrelazándose... la protección que has puesto es fuerte y además tienes un maldito familiar contigo.
—¿Un familiar? Yo no...
—Oh vamos, no te hagas la ingenua, no creo que sea algo que te pegue en absoluto.
—Maldita sea, ¿y qué crees que puedo hacer? No sé cómo has llegado aquí y no sé qué tengo que hacer para enviarte a ese otro lado que...
—Por el momento... voy a cobrarme mi precio.

El sonido de la respuesta se ahogó en su garganta cuando los labios masculinos atacaron y su cuerpo se encontró sin salida alguna, tan pegado al de él que no podía hacer ni un solo movimiento. Las manos se alzaron intentando apartarlo por los hombros pero era como luchar contra un acantilado: no se movió ni siquiera un centímetro. Y pronto notó cómo perdía la batalla cuando su cuerpo reaccionó sin darle la oportunidad de resistirse. El aire comenzaba a ser insuficiente, pero no le importó. Lo único que en ese momento sentía eran esos labios que batallaban por el control, esa lengua que se coló en su boca y se encontraba demasiado entretenida entrelazándose contra la suya. Sintió sus dientes mordiendo su labio inferior con fiereza y un gemido mezcla de dolor y placer se escapó de su boca al tiempo que su cuerpo era alzado por las manos de él hasta que no tuvo más posibilidad que entrelazar sus piernas en sus caderas.

Era como si tuviera sus manos por todo su cuerpo, quemando, abrasando, poseyendo. No supo cuándo su camiseta cayó hacia un lado dejándola expuesta a su mirada, solo le importó el momento en el que los labios de él comenzaron a recorrer de forma lenta y pausada el borde de su sujetador provocando miles de escalofríos. El roce de su barba incipiente sabía que le dejaría marcas, lo mismo que esa boca que besaba, mordía, marcaba en cuanto tenía ocasión. No le importó. ¿Quién demonios iba a descubrir lo que estaba haciendo? Un nuevo gemido se escapó de sus labios cuando se movió y pudo notar con total claridad su erección contra la zona de su cuerpo que ansiaba tenerlo en su interior.

—Ha... bitación. —consiguió decir al final.
—Guíame.

La desesperación por sentirse, porque sus pieles se rozaran, tomó el control cuando ambos cuerpos cayeron en la cama. Él tenía demasiada ropa, ese fue el único pensamiento mínimamente racional que cruzó por la cabeza de ella, y sus dedos se afanaron en quitar amarres y trabillas, hasta que finalmente capa a capa fue cayendo al suelo y solo quedó una camisa que se interponía en su camino. Tanta fuerza, tanto calor. Las manos de ella se detuvieron por un momento en sus hombros y buscó su mirada. Los ojos de él brillaban plateados, como si fuera plata líquida haciendo que un escalofrío le recorriera por completo. Una serpiente de fuego que se deslizó por su espalda mientras se perdía en su mirada. Podía notar la Esencia a su alrededor, esa magia que solo tenían los seres sobrenaturales. El cabello oscuro era suave, tal y como habían probado sus dedos hacía unos instantes. Lo único suave que tenía aquel hombre del Otro Lado.

—¿Sigues teniendo frío? —susurró él, antes de comenzar con un collar de besos que provocó que arqueara el cuello para dejarle hacer.
—¿Hace frío en el Infierno de los Cristianos?

La risa divertida del hombre provocó un nuevo cosquilleo en su clavícula y no pudo evitar sonreír. Hablar era algo innecesario, al menos con palabras, había otras formas muy diferentes y desde luego mucho más interesantes. Por su cabeza pasaron advertencias y pensamientos, fugaces y sin sentido, como que ella no solía hacer esas cosas, que era un ser del Otro Lado, que era solo fruto del magnetismo que sentía, que al día siguiente se arrepentiría. Sin embargo, algo le decía que se dejara de tonterías y simplemente se dejara llevar. Ese era su momento y jamás, nadie, la había tocado de esa manera, hasta el punto que con un simple roce todo su cuerpo se encendía como si fuera una tea. Su espalda se arqueó cuando sintió los labios de él en su ombligo, mordisqueándolo, al tiempo que sus manos buscaban el borde del pantalón del pijama y tiraban ligeramente hacia abajo hasta que solo quedó vestida con las braguitas de algodón. Por un momento se arrepintió de no haber elegido otro tipo de ropa interior, más... sensual o insinuante, pero ni en sus más locos sueños se hubiera imaginado que fuera a tener compañía.

Los labios de él se quedaron entonces allí donde estaba el límite entre la prenda de ropa y su piel... mordisqueando con suavidad la delicada zona de su abdomen, recorriendo aquella frontera con su aliento y sus labios. Sus manos, por otro lado, subieron recorriendo sus piernas en una lenta carrera que las contorneó, deteniéndose por un instante en el interior de su rodilla haciendo que cerrara los ojos y sus labios se entreabrieran en un ligero jadeo que marcó una sonrisa en los labios masculinos.

Hacer el amor a una mujer, más allá de ese momento de pasión que habían tenido en el baño, era algo que se tenía que hacer tocando las teclas adecuadas para conseguir la melodía perfecta. Y él era un experto en ello aunque en esos momentos tenía que esforzarse por no acelerar en sus caricias, ni esos besos que le traían su sabor y que hacían que se endureciera todavía más, si eso era posible. Estaba molesto y dolorido, necesitaba desprenderse de la ropa y hundirse en ella de forma profunda y apremiante, pero se contuvo. Ser un guerrero tenía sus ventajas y una de ellas era la fuerza de voluntad, ¿no? Aunque en esos momentos se estuviera esfumando como arena entre los dedos.

Las delicadezas estaban llegando a su fin y lo supo en el mismo momento en el que deslizó lentamente un dedo por encima de la ropa interior femenina, notando la humedad de su cuerpo y cómo se estremecía por ese simple gesto. Estaba a punto de perder el control y sus movimientos, bruscos y exigentes, así lo mostraron cuando retiró de un tirón la molesta prenda de ropa y se movió para quitarse los pantalones. La hundió entonces bajo su peso, con una pierna entre las de ellas, subiendo en un reguero de besos hasta que volvieron a estar frente a frente con ella mirándose a los ojos. Subió entonces su rodilla, notando el calor que emanaba de su cuerpo y ella gimió. Tenía las mejillas ruborizadas y los labios entreabiertos, perfectos para tomarlos con los suyos y eso hizo, porque necesitaba devorarla de una manera que nunca le había sucedido hasta el momento.

Quería achacarlo a la pasión, a la necesidad por hacerla suya en aquella noche, por marcarla como nadie lo hubiera hecho antes. Notó las manos de ella bajar por sus costados y dejó que explorara su cuerpo a su gusto. Eran delicadas y suaves, muy diferentes a las suyas propias. Las de él eran las de un guerrero, acostumbrado a llevar una espada, las de ella estaba claro que eran las de una mujer que las utilizaba para otros menesteres... más suaves. Ese rubor en sus mejillas le iba a volver loco.

—Eres mía.

El susurro ronco a pocos centímetros de su rostro hizo que abriera los ojos para mirarlo. Lo necesitaba, dentro de ella, fuerte, duro, profundo. Su deseo se cumplió apenas unos segundos después cuando en una sola embestida él se adentró en su interior provocando que durante unos segundos se quedara sin respiración. Dolor y placer unidos en un único instante. Él tomó una de sus piernas haciendo que la flexionara un poco más y la pusiera en su cadera sin moverse todavía, acomodándose a esa sensación placentera. Se estaba bien en aquel momento, sintiendo cómo le rodeaba, cómo se apretaba a su alrededor y probó a moverse en un movimiento brusco  tomando con sus labios el gemido que se escapó de sus labios. Bebió de ellos como si fueran la fuente de la Eterna Juventud o el Caldero de Dagda. Y decidió que su sabor era mucho más sabroso que todas las delicias que los Dioses podrían entregarlo.

El baile más antiguo del mundo comenzó entonces, sus caderas moviéndose hacia delante y las de ella elevándose para encontrarse. Profundo, cada vez más profundo, ora lento, ora más rápido. Las respiraciones se entrelazaron y las miradas se encontraban. En algún momento las muñecas de ella fueron apresadas por encima de su cabeza mientras que él dejaba un rastro de besos hasta llegar a sus pechos que enhiestos le daban la bienvenida. Y entonces, las tornas cambiaron y en un movimiento rápido fue ella la que se encontraba cabalgado en sus caderas, la que tomó el control de la situación.

El hombre la observó entonces, deslizando lentamente sus manos de sus caderas por sus costados hasta atrapar sus pechos en sus manos, rozando estos con las palmas de las manos. El cabello oscuro de ella se encontraba despeinado, humedecido todavía, salvaje. Sus ojos grisáceos hacía unos minutos se habían convertido en dos pozos oscuros que le observaban con un brillo rojizo. Un escalofrío le recorrió entonces, de arriba abajo, porque un nombre vino a sus labios sin poder evitarlo: Morrigan. Elevó entonces sus caderas provocando una exclamación en ella que terminó en risa e hizo que marcara un nuevo ritmo.

El cabello oscuro de ella los cubrió entonces como si fuera un dosel cuando se echó hacia delante para poder besar sus labios, mordiéndolos con fuerza hasta el punto de que él juraría que le había hecho sangre y que provocó un nuevo gemido, un nuevo jadeo, unas manos crispadas en las caderas femeninas. Allí estaba, esa oleada de placer que comenzaba a incrementarse con cada giro del cuerpo femenino, con cada roce, con cada beso y caricia. Deslizó sus manos por su vientre, estando dispuesto a jurar que había sentido un ligero calambre. Notaba las ondas de la Esencia a su alrededor envolviéndolos de una manera que no había sentido hasta el momento. Esa mano bajó entonces hasta el lugar donde los cuerpos se encontraban unidos, encontrando ese pequeño botón de placer que comenzó a estimular notando los estremecimientos de la mujer. Sabía lo que significaban y también sabía que el momento estaba llegando.

Cegado por completo, hizo un movimiento brusco para dejarla de nuevo bajo su cuerpo mientras la miraba a los ojos y se movía con firmeza para anclarse en su interior, todo lo profundo que pudo, mirándola a los ojos. Una mezcla de dolor y placer recorrió el rostro femenino observaba con atención cada uno de sus gestos. De forma perezosa comenzó entonces a moverse una vez más disfrutando los cambios de su rostro, cómo el placer velaba sus ojos y sus labios dejaban escapar esos ruidos que eran como melodía celestial en sus labios. Esos labios que se encontraban rojos y abultados gracias a sus propios besos, como aquel que la robó entonces jugando con su lengua el mismo juego que sus caderas habían marcado.

—Eres mía.

Repitió entonces aquellas palabras porque no quería que hubiera ningún tipo de confusión. Era suya, únicamente suya y se lo demostraría de mil maneras aquella noche. Hasta el momento no se había demostrado tan posesivo con nadie, ni con las mujeres que se encontraban en su hogar y mucho menos con aquellas que le habían llamado, pero ella... ella era diferente y no sabía bien por qué. Quizá fuera culpa de la Esencia que los envolvía provocando que las sensaciones fueran más allá de una satisfacción física, de un placer que lo estaba enloqueciendo.

Estaban encadenados en el otro, besando, devorando, unidos como engranajes perfectos de una máquina. En la cabeza de él solo se repetía una misma palabra: “Mía”. En la de ella solo había placer, un placer tan intenso que estaba segura de que le haría perder la cabeza. Las olas de la pasión que sentían se elevaban rápidamente y casi juraría, que alrededor de ambos, podía ver vetas de Esencia entrelazándose en miles de colores dispuestos a explotar en cualquier momento.

—Oh... dioses... —gimió con la voz entrecortada cuando sintió cómo el orgasmo llegaba.

Él gruñó cuando todo explotó a su alrededor y se derramó en su interior aprisionándola bajo su cuerpo. Ella clavó las uñas en su espalda unos segundos más tarde arqueando todo su cuerpo en un grito silencioso que dejó expuesto su cuello. Él no dudó ni un solo instante en hundir sus labios en este, recorriéndolo lentamente, de forma mucho más perezosa mientras movía sus caderas en los últimos envites. Mordió entonces su clavícula con quizá más fuerza de la necesaria, para después deslizar su lengua por encima como si de esa manera pudiera paliar el dolor que había provocado y después gruñó algo que ella no entendió. Las manos de la mujer se deslizaron lentamente por la espalda del hombre, notando cómo los músculos se movían suavemente cada vez que él cambiaba de posición: puro acero bajo la piel suave y cálida.

—Como me sigas acariciando así... no sé si voy a poder contenerme. —comentó él mientras hundía la nariz en su cuello, empapándose por completo de su olor. —Hueles tan bien...

La mujer rió divertida, mientras se movía ligeramente hasta que finalmente él salió de su interior, dejando un pequeño beso en sus labios. El cansancio en ese momento los atacó a ambos, como si la energía hubiera caído de pronto. Él se movió entonces arrastrándola al cobijo de las mantas tapándoles con ellas y rodeándola con sus brazos. El suspiro de la mujer se escuchó con claridad en mitad de la tranquilidad y del silencio. Ni siquiera el gato negro se había acercado a la habitación en la que habían estado los dos como si supiera que aquel instante era algo único, de ambos, en el que nadie más tenía cabida.

El sueño llegó para arrastrarlos a ambos a su propio mundo, un mundo onírico donde todo era posible. Un mundo en el que ella se dio cuenta de algo que provocó un reconocimiento instantáneo: él era la persona con al que llevaba las últimas semanas soñando. Quizá por esa razón esa voz interior le había dicho que se lanzara, que no pensara, que simplemente siguiera su camino y no se permitiera dudar. Una muestra de fe, de confianza; un salto al vacío en el que no sabía si habría una red de seguridad esperándola o no. Una noche que habían compartido sin más complicaciones, ¿verdad?

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La mujer se movió en la cama y al girarse se dio cuenta de que se encontraba sola. Por un momento parpadeó hasta que consiguió desprenderse del hechizo de Morfeo para mirar a su alrededor. Allí, recortado contra la claridad que llegaba desde la calle, pudo ver la figura del hombre que había llegado de improviso a su vida. Su mirada se paseó por la espalda desnuda, bajando hasta su trasero y después por las piernas que se encontraban ligeramente separadas. Era la planta de un guerrero, de un hombre que estaba acostumbrado a mandar y ser obedecido, a una espada en las manos y un enemigo enfrente con el que batirse. Durante unos segundos se le quedó mirando sin más, sin atreverse a moverse. Sabía que habían tenido una pequeña tregua, pero que aquello no había hecho más que empezar.

—Tenemos que hablar.

La voz del hombre sonó entonces grave, profunda, un susurro que había llegado perfectamente hasta sus oídos provocando que dejara escapar un ligero suspiro. Se giró entonces, de medio lado, para observarla y ella le devolvió la mirada. Había que buscar una solución porque él no era de este mundo y ella, por mucho que hubiera pasado por alto las advertencias de su cabeza, sabía que aquello no podía volver a pasar. Sin más se estiró para tomar la sábana y tiró de ella envolviéndose al tiempo que se incorporaba para acercarse hasta donde se encontraba él. Por unos instantes se quedaron ambos hombro contra hombro mirando hacia el jardín trasero; el lugar donde él había aparecido hacía unas horas. Un escalofrío la recorrió porque sabía lo que iba a suceder a continuación.

—Este no es mi lugar.
—Lo sé perfectamente.
—He tomado mi pago. —miró entonces hacia la mujer y notó cómo se tensaba ante esas palabras, al tiempo que veía el ceño fruncirse. —Y debo volver a mi tierra.
—Yo no he dicho lo contrario, es más... era la primera que quería que salieras de mi casa.
—¿De verdad? —preguntó él mientras arqueaba las cejas. —Solo lo digo para que las cosas queden claras.
—Maldita sea, sé perfectamente que no te puedes quedar y que tienes que largarte. —la mujer se movió entonces para interponerse entre él y la ventana, teniéndolo entonces cara a cara. —No voy a ponerme a llorarte para que te quedes ni a tirarme del pelo, no te preocupes, no soy así.
—No sé si sentirme aliviado o dolido.—comentó con un tono divertido alzando una mano para deslizar lentamente el pulgar por su labio inferior. —Deja de mordértelo, solo yo tengo derecho a hacerlo.
—Oh, venga ya... —la mujer se apartó entonces, frunciendo el ceño, pegando su espalda contra el cristal de la ventana. —No me vengas ahora con tonterías románticas y bla bla bla, ya está hecho. Has cobrado el precio por venir hasta aquí aunque por regla general siempre había escuchado otros muy diferentes.
—¿Estás molesta?
—Estoy cabreada porque me parece estúpido que hayas venido para pasar una noche conmigo y después desaparecer. —comentó para después chasquear la lengua. —Sé quién demonios te ha llamado y voy a despellejarla viva, te lo juro.
—Me parece una amenaza bastante vana... —respondió, sonriendo de medio lado. —Por mucho enfado que escucho en tus palabras, no lo leo en tus ojos. Además, me has mentido, supuestamente no sabías nada de todo esto.
—Y no sabía nada. —dijo mientras sujetaba con más firmeza la sábana con la que él había comenzado a jugar hasta descubrir sus senos. —Pero tuve una llamada... justo cuando me imagino que tú apareciste. ¿Cómo te ocultaste de mí?
—Si te lo dijera, querida, perdería toda la gracia.

La respuesta murió una vez más en sus labios cuando él se inclinó reclamándola, una vez más. Su cerebro desconectó y solo supo responder a esa boca que comenzó a modelar la suya, comenzando por las comisuras y muriendo en su mentón antes de volver a tomar en ataque directo sus labios. Solo mantuvo las manos sujetando la sábana hasta que  perdió por completo la cordura y pegó su cuerpo al suyo porque de repente tenía frío y él era la única fuente de calor que había. O al menos eso fue lo que le gustó pensar en ese momento, en un instante de lucidez. Las manos de él recorrieron su espalda hasta que una bajó tomándola por la cintura y la otra subió para sujetar su cabeza e impedir de esa manera que se moviera, como si ella fuera a irse a algún lugar que no fuera de vuelta en la cama.

Pronto estuvieron de nuevo entre las mantas, con sus cuerpos entrelazados y con esa Esencia que burbujeaba a su alrededor acunándolos. Por esa noche, eran Morrigan y Dagda yaciendo en los brazos del otro. En ese momento, eran la unión de ambos mundos en la noche de Samhain, cuando el velo se hacía tan fino que se tocaban. Eran la expresión máxima de que, en el fondo, no eran diferentes. O quizá solo era ese instante. Solo era ese momento en el que se encontraban. Quizá fuera por las corrientes que se deslizaban a su alrededor que hacía que se buscaran una y otra y otra vez, a lo largo de todas las horas de la noche. Quizá fuera que los designios de los Dioses habían hecho que se encontraran después de décadas en las que ningún mortal se había encontrado con un Ser del Otro lado. Quizá fuera, simplemente, que en las Estrellas estaba escrito que aquel encuentro ocurriera.

Como fuera, aquella noche de Samhain iba a marcar su vida de una manera que jamás hubiera imaginado aunque ella no lo supiera en el acto, aunque él volviera de vuelta a su Tierra en un viaje que hizo que dejara parte de su alma atrás. No se dieron cuenta mientras yacían en los brazos ajenos, ni tampoco cuando al día siguiente ella se encontró sola en la casa y pensó que todo era un sueño... si no fuera porque a la altura del corazón tenía una marca en forma de espada que antes no estaba y que no se iba por mucho que los días pasaran.

La Rueda había comenzado a dar una nueva vuelta y sus Destinos, para bien o para mal, se habían entrelazado comenzando a crear un nuevo trozo del Tapiz mostrando que sus Mundos no eran tan diferentes como se había creído siempre.

FIN

 

Hilos Tejidos