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martes, 6 de noviembre de 2012
{Original} Truco o Trato [Especial Halloween]
Truco o Trato
~ Lyenever
Título:
Truco o Trato.
Personajes/Pareja:
OC.
Rating:
+18.
Género:
Sobrenatural. Romance.
Resumen:
En la noche del 31 de Octubre todo puede ser posible... absolutamente todo.
Disclaimer:
Esta historia ha salido de mi cabecita loca, lo mismo que los personajes. Lo
cierto es que como todo tiene sus inspiraciones y una de ellas fue “La Noche deSamhain”, un relato que está escribiendo una buena amiga y que os recomiendo
que echéis un vistazo si os gusta la temática de fantasía. Supuestamente esto
iba a ser para Halloween y un fanfic, pero las Musas tenían otra idea. Espero
que disfrutéis.
Era Halloween. En el cielo brillaba con
fuerza la Luna Llena que se encontraba en su tercer día, brillante, eterna;
redonda como si fuera un globo que alguien hubiera soltado y se hubiera colgado
en lo alto; dorada como si estuviera cargada de polvo de hada. Ella, sin
embargo, ignoraba todo aquello mientras conducía de vuelta a su casa con la
música a todo volumen y la mirada fija en la carretera. Se encontraba agotada
del trabajo, solo soñaba con llegar a casa, desprenderse de la ropa, darse una
ducha si tenía la fuerza suficiente y después dejarse caer encima de la cama.
Le dolían los hombros y sentía un pinchazo en la zona de los riñones cuando se
movía demasiado rápido. Había trabajado hasta su límite y ahora tenía que pagar
las consecuencias. Respiró hondo por un instante haciendo la maniobra que le
introduciría en el interior del garaje de la casa unifamiliar en la que vivía y
bajó del coche cerrando la puerta con un golpe sordo que retumbó en el silencio
del lugar mientras se dirigía hacia el interior de su casa.
En cuanto puso un pie dentro de la
misma, el gato negro se acercó maullando buscando los mimos acostumbrados y,
por qué no decirlo, la comida que había estado anhelando durante todo el día.
Era su única compañía y también la que más fiel había sido en los últimos años.
Hacía tiempo que se había dado cuenta de que las relaciones personales no eran
lo suyo, o esa era al menos la impresión que le daban. Había decidido, por
tanto, con mayor o menor atino, que prefería la compañía de animales como aquel
que corría entre sus piernas, rozándose con suavidad contra el borde del
pantalón mientras se dirigía hacia la cocina. En el camino dejó el maletín que
llevaba y el bolso, se desprendió del abrigo negro y se frotó las manos por un
instante notando el lugar especialmente frío en aquella noche. Era noche de
brujas y el momento en el que el velo entre los mundos estaba más fino de lo
habitual, provocando que su piel se erizara a cada mínima corriente
recordándola que debía estar preparada.
—Pareces contento. —comentó mientras
escuchaba el ronroneo cuando se agachaba para recoger el comedero y el
bebedero, dispuesta a rellenarlos. —Supongo que tu día ha sido mucho mejor que
el mío.
Al moverse dejó escapar un pequeño
gemido de dolor, cuando se incorporó quizá demasiado rápido, y pudo notar ese
pinchazo que le recordaba que debería haber descansado en algún momento de la
semana, que por muchas entregas que tuviera que hacer, por mucho trabajo
acumulado que le quedara, no debía jugar con su propia salud. Sin embargo, ¿a
quién le importaba? Ella misma había decidido apartarse de la sociedad hacía un
año. Los recuerdos provocaron que se mordiera el labio inferior al tiempo que
echaba el agua y después se movía para agacharse, deslizando lentamente sus
dedos por el pelaje oscuro mientras observaba al felino comenzar a comer. Apoyó
las manos en las rodillas y se incorporó de nuevo. Recuerdos y más recuerdos,
aquellos días estaban llenos de ellos, como si los fantasmas del pasado
hubieran decidido llegar todos de golpe para recordarla que por mucho que
corriera, siempre estarían a un paso por detrás de ella.
Negó y con ese gesto el cabello oscuro
se agitó a su alrededor. Llevaba unos días en los que el hambre había
desaparecido y sabía que la razón no era otra que los sueños que se repetían en
una cadena sin final. Apretando los labios, sin embargo, se acercó hasta el
frigorífico para abrirlo y asomarse a su interior. Las baldas no le ofrecían
nada que le apeteciera en especial. Tras unos segundos de duda se decidió por
las sobras de una lasaña que había hecho el día anterior en un ataque de
cocinillas que no solían aparecer muy a menudo. Mientras que la comida se
calentaba, se dirigió hacia su habitación para poder sacar la ropa limpia que
se pondría.
¿Qué hora era? ¿Las diez? ¿Las once de
la noche? El frío había calado por completo en su interior hasta el punto que
sabía que si no hacía algo para remediarlo seguramente no podría pegar ojo. No
era solo por motivos de la estación en
la que se encontraba, sino por algo mucho más... sobrenatural. Decían que en
aquellas noches los fantasmas tenían campo libre para pasearse por el mundo de
los vivos. Incluso le había parecido escuchar a los perros de Hécate o de La
Morrigan, cualquiera de las dos diosas de la Antigüedad le ponían la piel de
gallina de la misma forma, mientras se dirigía hacia su casa. Esa era la razón
por la que había puesto la música clásica tan alto que incluso creía que
ahogaría sus propios pensamientos.
Sin embargo, estos siempre estaban ahí:
planeando como cuervos oscuros que no le dejarían jamás en paz. El click del
microondas le indicó que ya tenía la cena preparada y volvió a la cocina donde
la recibió su gato mirándola con esos ojos ambarinos que hicieron que un
pequeño escalofrío la recorriera, sobre todo porque durante los siguientes
minutos en los que ella estuvo comiendo con completa desgana no se despegaron
de ella. Como si la estuvieran observando, el sonido del teléfono móvil rompió
por completo su concentración en el momento en el que se estaba levantando para
tirar lo que no había conseguido comer. Sorprendida de que la llamaran a esas horas,
se dirigió hacia el sofá donde antes había dejado sus cosas y rebuscó durante
unos instantes en los bolsillos del abrigo hasta que dio con el causante de
haber roto la tranquilidad, deteniéndose al ver el nombre que marcaba la
pantalla durante un segundo.
—¿Sí?
—Oh, todavía no estás dormida. —el tono
alegre de la otra persona hizo que arqueara una ceja y esperó a que continuara.
—¿Qué tal la cena?
—Si sabías que estaba cenando...
—No te pongas quisquillosa, solo te
llamaba para saber cómo estabas.
—Pues... bien.
—¿Nada extraño o digno de mención?
—¿Cómo qué...?
Por un momento no continuó porque allí
de pie, mirando hacia la ventana, un resplandor iluminó por completo su pequeño
jardín trasero haciendo que frunciera un poco más el ceño al haberse quedado
deslumbrada. El gato, que había estado junto a la puerta del salón que daba al
jardín hasta ese momento, se bufó por completo mirando hacia el exterior y
salió corriendo en dirección contraria. Arqueando por un momento la ceja se
separó el teléfono ya que no llegaba sonido alguno y pudo ver que la llamada se
había cortado. Maldijo por un instante y estuvo a punto de llamar a la mujer
con la que estaba hablando hacía un momento, pero de nuevo tenía una llamada
entrante.
—¿Qué es lo que has hecho? —preguntó en
el acto, dirigiéndose hacia el ventanal para mirar hacia el exterior. Cualquier
otra persona se hubiera ido a resguardar en la habitación o directamente habría
salido de la casa en su coche, porque de pronto hacía un frío tremendo con
pequeños picos de calor, además de la horrible sensación de que había algo que
la estaba observando. —Maldita sea... no te rías.
—No me estoy riendo. —pero la voz
entrecortada indicaba todo lo contrario. —¿Qué es lo que has visto?
—Tengo la sensación de que sabes perfectamente
lo que he visto. ¿Te vas a explicar de una vez?
—Oh, querida, te aseguro algo: no te vas
a arrepentir en absoluto de lo que va a pasar esta noche.
El sonido de la llamada cortada provocó
un bufido en la mujer y miró con mala cara el teléfono antes de volver a
asomarse al pequeño jardín desde la seguridad que le daba el estar dentro de
casa. No se veía nada. Después de ese resplandor que había sido casi como si de
golpe una estrella hubiera caído en su jardín, la oscuridad había vuelto y allí
fuera no se movía ni un alma ni tampoco había sombras que pudieran hacer pensar
que alguien o algo le estaba acechando y sin embargo esa molesta sensación no
se iba. Se concentró entonces, porque había cosas que no se veían a simple
vista y ella lo sabía perfectamente, pero sus otros sentidos tampoco le
mostraron nada. Fuera lo que fuera, por lo que parecía, eran solo delirios de
su querida y amable amiga. Aunque en ocasiones, tener amigas como aquella, le
daban más dolores de cabeza que otra cosa.
Amigas con las que hacía semanas que no
hablaba, por cierto. Se recordó que tenía que ser amable, que debería haberla
llamado ella, que no le hubiera costado nada, pero no lo había hecho y no se
había enterado de qué era lo que pasaba por esa cabeza loca. Ambas se habían
conocido tiempo atrás y a pesar de la diferencia de edad se llevaban todo lo
bien que se podían llevar dos personas que eran tan distintas en unas cosas y
tan similares, como si se estuviera viendo en un espejo, en otras. Las
circunstancias habían hecho que se conocieran y que encajaran prácticamente
desde el primer momento, como si fueran dos piezas de un puzzle que se estaba
haciendo y que necesitaban encontrarse por una u otra razón. Negó brevemente
mientras volvía a echar un vistazo hacia el exterior y finalmente se dio la
vuelta.
No iba a entrar en sus juegos. La
conocía lo suficiente como para saber que en esos momentos se encontraría en su
buhardilla riéndose de ella e imaginándosela por completo asustada, mirando
hacia un jardín que estaba vacío. Buscó en su mente soluciones racionales para
lo que acababa de pasar: seguramente habría sido algún foco del vecino. Ese
hombre extraño que de vez en cuando hacía cosas todavía más extrañas. No le
extrañaría para nada que tuviera algo de eso en su casa y que en una noche como
Halloween le diera por jugar. No comprendía muy bien a esa pareja de hombres
que vivía a su lado. Eran tan diferentes entre sí que dudaba mucho que pudieran
sobrevivir juntos sin matarse y sin embargo llevaban allí casi el mismo tiempo
que ella: y eso se resumía en un año.
—Ven aquí, no te preocupes... no ha sido
nada. —comentó mientras cogía al gato negro que se encontraba agazapado entre
dos muebles mirando fijamente hacia el jardín. —No hagas ni caso, sea lo que
sea ha sido una de sus locuras y siendo Halloween está más que claro que le
apetecía jugar con nosotros.
“Truco o trato”. Con ella siempre era
una mezcla de ambos y eso que ninguna de las dos creía en realidad en Halloween
y en esa fiesta americana que se había exportado al resto del mundo. No, ambas
iban más allá y se deslizaban por entre las líneas de un tapiz mucho más
formado, más tupido, más antiguo. “Samhain”. Ese nombre le provocaba a la vez
escalofríos y un profundo respeto. Era la fiesta del inicio del año y de
recordar el pasado, a los que ya no estaban con ella y se habían marchado, de
todo aquello que se había quedado atrás y que en esos últimos meses había sido
mucho. Era el inicio de la Rueda que giraba sin parar desde hacía cientos de
años y, sin embargo, no podía evitar sentirse incómoda porque era el momento en
el que todo parecía mucho más profundo, en el que todo era demasiado real;
incluso aquello que sabía que no estaba allí.
O que no debería estar allí.
Se deslizó entonces en dirección al piso
superior donde se encontraba su habitación y también el baño principal.
Definitivamente iba a darse su propia fiesta que se resumía en velas
aromáticas, sales de baño y algo de música. A pesar de la hora, que rozaba las
doce de la noche, necesitaba desconectar. Al día siguiente era fiesta, no
tendría que madrugar —otra cosa era lo que su cuerpo decidiera hacer en contra
de su voluntad — así que podía “perder” el tiempo de esa manera si así le
apetecía.
El hombre salió de la sombra que le
había protegido de los escrutinios de la mujer justo en el momento en el que
los talones desaparecieron de su vista mientras ésta subía por las escaleras.
Había sentido el tirón y después el maldito viaje que siempre provocaba que su
estómago se encogiera, hasta el punto de que en más de una ocasión —cuando era
más joven— había terminado por vaciar su estómago con toda la deshonra que eso
implicaba y la debilidad que demostraba. Chasqueó la lengua brevemente mientras
se sacudía las manos en los pantalones de cuero curtido y observó con desgana a
su alrededor. Si se concentraba lo suficiente todavía podía ver los restos de
la magia que se había utilizado para traerlo hasta ese lugar y no estaba del
todo seguro de si era algo que le molestaba... o le halagaba directamente en lo
más profundo de su ego. Decían que los dioses tenían muy diferentes maneras de
mostrar el camino a los mortales y entre su gente, que en ocasiones eran
considerados como tales, no era muy extraño que esas manera incluyeran el
traslado de un lugar a otro.
En realidad, era la primera vez que se
encontraba en lo que los humanos denominaban “Tierra” desde hacía demasiado
tiempo. Había un olor extraño que no terminaba de identificar y los edificios
eran más grandes de lo que hubiera podido imaginar. La luz excesivamente
brillante podía llegar a molestarlo si la miraba demasiado fijamente y si sus
ojos se alzaban hacia el cielo apenas podía distinguirlo; un cielo que no
difería demasiado al suyo propio. Y después estaba ese molesto zumbido, como un
murmullo, que no terminaba nunca. Decidió entonces que lo mejor era averiguar
por qué demonios le habían llevado hasta ese lugar y por qué no se habían hecho
las libaciones oportunas, ni había nadie para recibirlo como era la
costumbre... y la ley.
En el pasado, cuando ambos pueblos
estaban mucho más unidos, no era extraño que se hicieran tratos entre unos y
otros, aunque tonto era el humano que entraba en esos juegos con uno de su
raza. Nada era gratis, absolutamente nada, y por regla general no estaban del
todo bien vistos. Mucho menos cuando esa religión que terminó siendo
mayoritaria, en la que se adoraba a un solo dios, comenzó a extenderse por las
tierras conocidas. Las llamadas habían sido cada vez más escasas y los
contactos se podían contar con los dedos de ambas manos. Las brumas habían
caído para separar ambos mundos, ocultando el suyo y alejándolo cada vez más.
El velo era profundo la mayor parte del año salvo en un momento en particular
en el que parecía como si llegaran a rozarse; como si de forma suave y
delicadamente cayeran todas las barreras y los seres pudieran caminar de un
lado para otro con más facilidad.
Sin embargo, él no estaba acostumbrado a
toda aquella palabrería que era algo que llevaban otros. El hombre tenía preocupaciones
mucho más acuciantes en su día a día. Sí, hacía caso a lo que le contaban,
había vivido alguna experiencia y conocido a otros que la habían hecho viajes
similares a los de él: y algunos no volviendo jamás. Quizá, por ese último
hecho, hacía tiempo que había preferido mantenerse por completo lejos de todo
aquello. Todo lo lejos que podía estar considerando quién era y a qué
pertenecía. Su mano chocó contra la superficie cristalina y suspiró al darse
cuenta de que era una maldita puerta que tendría que abrir. Hizo presión en el
picaporte y este no se movió, provocando que arqueara las cejas y mirara hacia
el interior, hacia ese felino que le miraba fijamente y que no había podido
engañar de la misma manera que había hecho con la mujer cuando había notado que
intentaba ver más allá de lo visible, adentrarse en lo invisible.
Los gatos eran animales que se
encontraban conectados con el Otro Lado de una manera en la que los humanos no
podían ni siquiera imaginar. El hombre arqueó brevemente una ceja y se
concentró en la cerradura durante unos segundos, los únicos que necesitó para
por fin abrir la puerta de aquella casa extraña e introducirse en el interior
cerrando tras de sí. Las botas que llevaba no hicieron ruido alguno cuando
anduvo un par de pasos por el suelo cubierto por una gruesa alfombra y el
hombre no dejó de observar en ningún momento al felino que en cuanto se acercó
lo que consideraba como demasiado, salió corriendo escaleras arriba de nuevo:
Buscando la seguridad de la mujer con la que se encontraba vinculado, supuso el
hombre mientras miraba a su alrededor. Los muebles parecían de buena calidad,
muchos de ellos desconocidos como una superficie alargada que se encontraba
oscura y se preguntó de qué se trataba. Sin embargo la música que le llegaba
desde el piso superior pronto le hizo olvidarse de todo y se dirigió a las
mismas escaleras por las que la había visto subir.
A simple vista no había nada fuera de lo
normal en aquella casa, más allá del hecho de que se trataba de una estructura
desconocida, pero en pequeños detalles podía ver que no se encontraba frente a una
mujer normal. Había un rastro a incienso y a velas que llegaba hasta su olfato
mientras subía, los mismos cuadros de las paredes parecía que estaban elegidos
al azar pero conformaban perfectamente un entramado de protección que provocaba
que el vello de sus brazos se erizara a cada paso que daba. Era la Esencia que
se movía en un enorme escudo protector que prevenía de la entrada de entidades
no deseadas a la casa, manteniendo a salvo a la dueña de esta y al gato negro
que le observaba desde lo alto de la escalera.
Un escudo que, por supuesto, no lo
afectaba a él. Al contrario, le atraía como lo hacía la miel con las abejas.
~*~*~
El sonido de las gaitas se escuchaba
desde el exterior del baño iluminado suavemente con las velas que se podía ver
gracias a la puerta entreabierta. La mujer, ajena al inesperado visitante, se
encontraba dentro de la ducha dejando que su voz se alzara de vez en cuando
acompañando a la melodía que no dejaba de sonar. Mientras que el agua, quizá
demasiado caliente, se deslizaba por su cuerpo visualizaba cómo las malas
energías del día iban desapareciendo con la misma facilidad. Era un ejercicio
de visualización de los más comunes y que llevaba años practicando. No estaba
muy segura de cómo o cuándo había comenzado con aquello: como la mayor parte de
esas cosas prefería no pensarlo. Muchas de ellas habían llegado de manera
natural, sin preocuparse de por qué lo hacía.
El baño con sales aromáticas se había
cambiado por la ducha que era más rápida y ecológica. El agua había empapado su
cabello oscuro que caía como una cortina de seda negra hasta cubrir sus pechos
por delante y más allá de la mitad de su espalda por detrás. Alzó el rostro
susurrando unas palabras para sí mientras el sonido de la música llegaba de
forma amortiguada a través del agua que caía. Siempre se había sentido a gusto
en ese elemento, mientras que su cuerpo se relajaba y ese no iba a ser el día
que aquello fuera a cambiar. Sin embargo, sintió algo que a pesar del agua
caliente, provocó que la piel de sus brazos se pusiera de gallina. Apretó los
labios por un instante y se concentró, pero una vez más no notó absolutamente
nada.
Allí estaba de nuevo esa molesta
sensación de que no se encontraba sola, más allá de su gato por supuesto.
Farfulló una maldición mientras terminaba de aclararse el pelo. Estaba claro
que iba a tener que hacer algo al final. Lo único bueno de aquella ducha es que
se encontraba mucho más descansada. Los músculos se encontraban relajados y, al
menos, no le dolía la zona de la cintura cuando se movía aunque fuera de manera
brusca. Se movió un par de minutos después estirando la mano tanteando en busca
de una toalla que sabía que no había dejado demasiado lejos, pero que parecía
que de repente se había esfumado por arte de magia. Se estremeció una vez más,
el calor que había sentido en el interior de la ducha se estaba yendo en el
mismo momento en el que había abierto la puerta de esta. Uno, dos, tres
intentos más tarde sus dedos rozaron por fin la toalla y tiró de ella hacia sí,
pero no se movió. Con reticencia porque sabía que fuera iba a tener un frío de
mil demonios, se asomó y lo que vio provocó que cerrara en el acto la puerta
con el corazón a mil por hora.
Fuera, el hombre sostenía la toalla con
una sonrisa divertida. Aquel aparato para bañarse era muy interesante. A pesar
de que no podía verla con claridad, se distinguía perfectamente el contorno del
cuerpo de la mujer: alta, de caderas redondeadas y pechos llenos, estaba muy
cerca del ideal que rara vez encontraba en su propio mundo. Y después estaba
ese olor que más allá del de las velas o el incienso, le llegaba. Un olor tan
apetecible que había provocado que se endureciera casi en el mismo momento en
el que había puesto un pie en aquel lugar. Suponía que venía de todos esos
botes que había visto que utilizaba y que se encontraban desperdigados por el
resto de las superficies blancas de aquella habitación.
—¿Quién demonios eres tú?
El hombre esbozó una media sonrisa al
escuchar la voz de la mujer. Se había encerrado ella sola. Ahí dentro no podía
ir a ningún lado y además tenía una vista de lo más interesante aunque no fuera
directamente. Suponía que ella ni siquiera se habría dado cuenta de ello porque
de otra manera estaba seguro de que al menos le hubiera arrebatado la toalla
que tenía entre las manos. Esa tela que tenía en las manos y que era suave al
tacto. Sus dedos se aferraron brevemente a esta y una pequeña sonrisa apareció
en sus labios. Si hubiera alguien allí que lo conociera hubiera identificado
aquel gesto como algo de lo que tener cuidado, mucho cuidado.
—Eso mismo me pregunto yo sobre ti.
—respondió, haciendo que su voz grave, con un ligero acento que ella no pudo
reconocer, estremeciera todo su cuerpo. —Tú has sido la que me ha llamado.
—¿Que yo qué...? —sin embargo no
continuó, porque la voz de su amiga apareció de pronto. —Oh... voy a matarla,
juro que lo haré. —exclamó por fin y después se estiró pegándose a la mampara
de la ducha y dando un espectáculo mucho más interesante al hombre. —Dame la
toalla y hablemos.
Los dedos de ella apenas llegaban a
verse y él negó. No estaba seguro de si era consciente de lo que estaba
provocando en él en esos momentos. El enfado en su voz hablando de esa otra
persona le hizo arquear las cejas porque no era tan estúpido como para no darse
cuenta de que algo allí no estaba bien. Ese gesto de sorpresa no era algo
común, por regla general se hincaban de rodillas o comenzaban con las
peticiones casi en el acto, como si fueran algún tipo de genio salido de la
lámpara. Estúpidos.
—Hagamos un trato, abre esa maldita
puerta... y te daré la toalla. Es bastante incómodo hablar con eso de por
medio.
—¿Quieres que abra la puerta sin más?
—No creo que realmente hayas creído que mantenerte
ahí encerrada te va a salvar de mí.
Uno, dos, tres segundos de silencio
absoluto. Finalmente vio cómo se separaba y finalmente abría la puerta. Su piel
pálida estaba recorrida de pequeñas gotas que se deslizaban por su cuello, por
su clavícula, hasta finalmente morir en sus pechos o bajar incluso más abajo.
Por un momento sintió que se quedaba sin respiración y que tenía la boca
seca. Allí, plantada delante de él,
cubriéndose con los brazos y las manos, tenía a una verdadera diosa. Sus ojos
tenían un color extraño, no eran claros pero tampoco se podía decir que eran
oscuros del todo. Tenía ese color miel que podía variar hacia el verde, el gris
o el marrón según le daba la luz y su estado de ánimo. En ese momento, por
ejemplo, eran del gris de un cielo de tormenta y eso hizo que una pequeña
sonrisa apareciera en sus labios, sonrisa que solo se acrecentó cuando pudo ver
el gesto de molestia en su rostro.
—¿Y bien?
—Sal de ese cubículo y ven aquí.
—No me gusta que me den órdenes.
—Ya somos dos.
Dudó, pero finalmente uno de sus pies
tocó el suelo con cuidado teniendo miedo de caerse. El hombre extendió entonces
la toalla delante de él esperando a que se acercara. Ella frunció el ceño al
darse cuenta de lo que quería que hiciera viendo cómo tenía los brazos abiertos
y decidió que era una estupidez todo aquello, que no pensaba dejarse gobernar
por alguien de esa manera y menos por un hombre que no conocía. Se acercó
entonces con rapidez y decisión cogiendo la toalla y tirando hacia ella.
—Si piensas que voy a dejar que...
No continuó, no pudo, porque de repente
el aire se había ido y ella se encontró cautiva de esos brazos que la rodearon
junto con la toalla, haciéndola girar hasta que su espalda quedó contra el
pecho de él. No eran solo sus brazos, no, la toalla se había enrollado en torno
a su cuerpo. Sintió entonces el aliento de él rozando su cuello y por un
momento cerró los ojos. ¿Cuánto tiempo hacía que no le habían abrazado de esa
manera? ¿Cuánto hacía que no sentía el cuerpo de un hombre sujetándola? Por un
instante fantaseó con protección y cariño, con amor y lealtad. Eran cosas que
echaba de menos y de lo que no se había dado ni cuenta. Se permitió un momento
de debilidad mientras que su olor la envolvía por completo y el frío que había
sentido durante toda la noche se desvanecía frente a su calor.
“Solo un poco más...”
—¿Siempre eres tan complaciente?
—susurró esa voz grave y masculina en su oído, haciendo que se tensara por
completo. Había un rastro de burla que hizo que se moviera intentando
apartarse.
—Suéltame.
—¿Estás totalmente segura de que es eso
lo que deseas?
—Oh, por los Dioses, ¿te han dicho
alguna vez que tienes el ego por las nubes?
La carcajada masculina fue casi como una
caricia en su piel que mandó miles de respuestas diferentes por todo su cuerpo.
No había necesitado ni una maldita caricia, ni un solo beso, para que ella le
deseara. Y eso era algo que provocó que se enfadara. Se movió una vez más
intentando soltarse, pero había caído demasiado fácilmente en su presa y no
pudo hacerlo. Se llamó entonces estúpida.
—Estáte quieta y déjame hacer, cuando
acabe podrás insultarme todo lo que quieras.
La pregunta de qué iba a hacer se quedó
anclada en su garganta cuando notó cómo empezó a deslizar la toalla por su
cuerpo. Sabía que únicamente estaba secándola, pero ambos sabían perfectamente
que no sólo era eso. Que había mucho más. De forma metódica, como si fuera un
cazador en busca de su presa, el hombre fue secando gota a gota que se
deslizaba por su cuerpo; Esa que se paseaba por su cuello antes de bajar
lentamente por su clavícula, aquella que conseguía zafarse y moría en sus
pechos, la otra que encontraba el camino por el valle entre sus senos y corría
hacia el ombligo. La mujer no pudo evitar cerrar los ojos e imaginar. Imaginar
que eran sus labios los que seguían el recorrido húmedo abriendo otros nuevos;
sus manos, lejos de la separación que daba la toalla, las que recorrían el
contorno de su cuerpo provocando que miles de fuegos diferentes naciera en
ella. Y voló, mucho más alto de lo que hubiera imaginado durante los minutos
que aquel escrutinio duró hasta que murió de repente.
—¿Qué es esta marca?
—¿Mmm? —preguntó en un primer momento,
incapaz de hablar, hasta que se dio cuenta de lo que se trataba. —Algo que me
hice cuando era adolescente.
Se giró entonces, roto el embrujo en el
que había caído durante unos minutos y le arrebató la toalla para ponérsela
alrededor de su cuerpo antes de dirigirse hacia donde había dejado la ropa. Era
estúpido mantener el pudor cuando él la había visto desnuda y, no solo eso,
había podido recrearse con todo su cuerpo por un momento de debilidad. Idiota,
se llamó mentalmente, mientras tomaba la ropa interior y se la ponía antes de
hacer lo mismo con los pantalones del pijama y una camiseta enorme que había
comprado hacía mil años y que todavía usaba para dormir. Tomó otra toalla y se
comenzó a secar el pelo mientras fruncía el ceño intentando buscar algo de
lógica en todo aquello.
—Te preguntaría tu nombre, pero me
imagino que no me lo darás y si te amenazo con llamar a la policía te va a dar
igual. —clavó su mirada en los ojos de él, demasiado claros como para ser de
este mundo y él arqueó las cejas. Estaba por completo fuera de lugar, con los
brazos cruzados observándola de una manera en la que ningún hombre lo había
hecho antes. —Así que voy a modificar las preguntas habituales por un... ¿qué
haces aquí y qué quieres?
—¿Te ha entrado agua en los oídos para
no poder escuchar bien? —preguntó entonces con un rastro de burla. —No he sido
yo el que ha pedido estar aquí... aunque a la segunda pregunta sí que te puedo
contestar.
—¿Y qué es lo que quieres?
No hizo falta que contestara porque pudo
leer la respuesta con claridad en esa mirada que se hizo todavía más intensa.
Esa mirada que parecía que podía ver más allá de su ropa. Sintió entonces
calor, un calor intenso que provocó que se moviera hacia atrás un par de pasos
hasta que dio contra el lavamanos que había dejado a su espalda. Los dos pasos
que había retrocedido, él los dio en su dirección haciendo que su baño, que
siempre le había parecido de un tamaño más que aceptable, pareciera mucho más
pequeño de golpe. La atmósfera se hizo pesada de repente, agobiante, como si el
aire se caldeara hasta el extremo que costaba respirar con normalidad. Sentía cómo
su cuerpo se afanaba por hacerlo, cómo su respiración de repente se había hecho
rápida y superficial, cómo su corazón había comenzado a bombear sangre latiendo
todavía más rápido. Tragó saliva porque lo necesitaba, porque estaba segura de
que si hablaba en ese momento no saldría su voz sino otra muy diferente,
opacada por el deseo.
—¿Estos juegos te sirven? Has entrado en
una casa ajena porque sí y...
—Deja la maldita lógica, tú sabes
perfectamente qué soy y por qué estoy aquí. —la amenaza se reflejó en su mirada
e intentó volver a retroceder pero no pudo. De pronto se sintió prisionera
cuando las manos del hombre se apoyaron en el lavamanos a ambos lados de sus
caderas y se inclinó hasta que su rostro estuvo a unos pocos centímetros del
suyo, mirada contra mirada, aliento contra aliento. —Si tenía alguna duda,
bruja, ha desaparecido en el mismo instante en el que he visto la marca de la
Diosa en tu nuca. —su corazón latía tan rápido que pensaba que él podría llegar
a escucharlo y negó por un momento. —No intentes mentirme, no de nuevo.
¿Pensabas acaso que podrías encarcelarme en este lugar? Dime, mortal, ¿qué es
lo que deseas?
—Yo no te he llamado, jamás jugaría con
algo como esto.
—¿No lo harías? Oh, pequeña, llevas
jugando desde el mismo instante en el que te tatuaste esa marca que te muestra
como alguien que sabe los Misterios. —alzó la mano, hasta sujetarla por la
barbilla y la inmovilizó con sus caderas, haciendo que sus cuerpos se pegaran
por completo y sin molestarse por ocultar la excitación que sentía desde el
mismo momento que había entrado en aquella habitación. —Dicen que los que
juegan con fuego terminan quemándose...
—Me he alejado de todo ese mundo, llevo
más de un año sin practicar.
—¿Sí? Pues eso no dice toda tu casa, se
nota la Esencia entrelazándose... la protección que has puesto es fuerte y
además tienes un maldito familiar contigo.
—¿Un familiar? Yo no...
—Oh vamos, no te hagas la ingenua, no
creo que sea algo que te pegue en absoluto.
—Maldita sea, ¿y qué crees que puedo hacer?
No sé cómo has llegado aquí y no sé qué tengo que hacer para enviarte a ese
otro lado que...
—Por el momento... voy a cobrarme mi
precio.
El sonido de la respuesta se ahogó en su
garganta cuando los labios masculinos atacaron y su cuerpo se encontró sin
salida alguna, tan pegado al de él que no podía hacer ni un solo movimiento.
Las manos se alzaron intentando apartarlo por los hombros pero era como luchar
contra un acantilado: no se movió ni siquiera un centímetro. Y pronto notó cómo
perdía la batalla cuando su cuerpo reaccionó sin darle la oportunidad de
resistirse. El aire comenzaba a ser insuficiente, pero no le importó. Lo único
que en ese momento sentía eran esos labios que batallaban por el control, esa
lengua que se coló en su boca y se encontraba demasiado entretenida
entrelazándose contra la suya. Sintió sus dientes mordiendo su labio inferior
con fiereza y un gemido mezcla de dolor y placer se escapó de su boca al tiempo
que su cuerpo era alzado por las manos de él hasta que no tuvo más posibilidad
que entrelazar sus piernas en sus caderas.
Era como si tuviera sus manos por todo
su cuerpo, quemando, abrasando, poseyendo. No supo cuándo su camiseta cayó
hacia un lado dejándola expuesta a su mirada, solo le importó el momento en el
que los labios de él comenzaron a recorrer de forma lenta y pausada el borde de
su sujetador provocando miles de escalofríos. El roce de su barba incipiente
sabía que le dejaría marcas, lo mismo que esa boca que besaba, mordía, marcaba
en cuanto tenía ocasión. No le importó. ¿Quién demonios iba a descubrir lo que
estaba haciendo? Un nuevo gemido se escapó de sus labios cuando se movió y pudo
notar con total claridad su erección contra la zona de su cuerpo que ansiaba
tenerlo en su interior.
—Ha... bitación. —consiguió decir al
final.
—Guíame.
La desesperación por sentirse, porque
sus pieles se rozaran, tomó el control cuando ambos cuerpos cayeron en la cama.
Él tenía demasiada ropa, ese fue el único pensamiento mínimamente racional que
cruzó por la cabeza de ella, y sus dedos se afanaron en quitar amarres y
trabillas, hasta que finalmente capa a capa fue cayendo al suelo y solo quedó
una camisa que se interponía en su camino. Tanta fuerza, tanto calor. Las manos
de ella se detuvieron por un momento en sus hombros y buscó su mirada. Los ojos
de él brillaban plateados, como si fuera plata líquida haciendo que un
escalofrío le recorriera por completo. Una serpiente de fuego que se deslizó
por su espalda mientras se perdía en su mirada. Podía notar la Esencia a su
alrededor, esa magia que solo tenían los seres sobrenaturales. El cabello
oscuro era suave, tal y como habían probado sus dedos hacía unos instantes. Lo
único suave que tenía aquel hombre del Otro Lado.
—¿Sigues teniendo frío? —susurró él,
antes de comenzar con un collar de besos que provocó que arqueara el cuello
para dejarle hacer.
—¿Hace frío en el Infierno de los
Cristianos?
La risa divertida del hombre provocó un
nuevo cosquilleo en su clavícula y no pudo evitar sonreír. Hablar era algo
innecesario, al menos con palabras, había otras formas muy diferentes y desde
luego mucho más interesantes. Por su cabeza pasaron advertencias y
pensamientos, fugaces y sin sentido, como que ella no solía hacer esas cosas,
que era un ser del Otro Lado, que era solo fruto del magnetismo que sentía, que
al día siguiente se arrepentiría. Sin embargo, algo le decía que se dejara de
tonterías y simplemente se dejara llevar. Ese era su momento y jamás, nadie, la
había tocado de esa manera, hasta el punto que con un simple roce todo su cuerpo
se encendía como si fuera una tea. Su espalda se arqueó cuando sintió los
labios de él en su ombligo, mordisqueándolo, al tiempo que sus manos buscaban
el borde del pantalón del pijama y tiraban ligeramente hacia abajo hasta que
solo quedó vestida con las braguitas de algodón. Por un momento se arrepintió
de no haber elegido otro tipo de ropa interior, más... sensual o insinuante,
pero ni en sus más locos sueños se hubiera imaginado que fuera a tener
compañía.
Los labios de él se quedaron entonces
allí donde estaba el límite entre la prenda de ropa y su piel... mordisqueando
con suavidad la delicada zona de su abdomen, recorriendo aquella frontera con
su aliento y sus labios. Sus manos, por otro lado, subieron recorriendo sus
piernas en una lenta carrera que las contorneó, deteniéndose por un instante en
el interior de su rodilla haciendo que cerrara los ojos y sus labios se
entreabrieran en un ligero jadeo que marcó una sonrisa en los labios
masculinos.
Hacer el amor a una mujer, más allá de
ese momento de pasión que habían tenido en el baño, era algo que se tenía que
hacer tocando las teclas adecuadas para conseguir la melodía perfecta. Y él era
un experto en ello aunque en esos momentos tenía que esforzarse por no acelerar
en sus caricias, ni esos besos que le traían su sabor y que hacían que se
endureciera todavía más, si eso era posible. Estaba molesto y dolorido,
necesitaba desprenderse de la ropa y hundirse en ella de forma profunda y
apremiante, pero se contuvo. Ser un guerrero tenía sus ventajas y una de ellas
era la fuerza de voluntad, ¿no? Aunque en esos momentos se estuviera esfumando
como arena entre los dedos.
Las delicadezas estaban llegando a su
fin y lo supo en el mismo momento en el que deslizó lentamente un dedo por
encima de la ropa interior femenina, notando la humedad de su cuerpo y cómo se
estremecía por ese simple gesto. Estaba a punto de perder el control y sus
movimientos, bruscos y exigentes, así lo mostraron cuando retiró de un tirón la
molesta prenda de ropa y se movió para quitarse los pantalones. La hundió
entonces bajo su peso, con una pierna entre las de ellas, subiendo en un
reguero de besos hasta que volvieron a estar frente a frente con ella mirándose
a los ojos. Subió entonces su rodilla, notando el calor que emanaba de su
cuerpo y ella gimió. Tenía las mejillas ruborizadas y los labios entreabiertos,
perfectos para tomarlos con los suyos y eso hizo, porque necesitaba devorarla
de una manera que nunca le había sucedido hasta el momento.
Quería achacarlo a la pasión, a la
necesidad por hacerla suya en aquella noche, por marcarla como nadie lo hubiera
hecho antes. Notó las manos de ella bajar por sus costados y dejó que explorara
su cuerpo a su gusto. Eran delicadas y suaves, muy diferentes a las suyas
propias. Las de él eran las de un guerrero, acostumbrado a llevar una espada,
las de ella estaba claro que eran las de una mujer que las utilizaba para otros
menesteres... más suaves. Ese rubor en sus mejillas le iba a volver loco.
—Eres mía.
El susurro ronco a pocos centímetros de
su rostro hizo que abriera los ojos para mirarlo. Lo necesitaba, dentro de
ella, fuerte, duro, profundo. Su deseo se cumplió apenas unos segundos después
cuando en una sola embestida él se adentró en su interior provocando que
durante unos segundos se quedara sin respiración. Dolor y placer unidos en un
único instante. Él tomó una de sus piernas haciendo que la flexionara un poco
más y la pusiera en su cadera sin moverse todavía, acomodándose a esa sensación
placentera. Se estaba bien en aquel momento, sintiendo cómo le rodeaba, cómo se
apretaba a su alrededor y probó a moverse en un movimiento brusco tomando con sus labios el gemido que se
escapó de sus labios. Bebió de ellos como si fueran la fuente de la Eterna
Juventud o el Caldero de Dagda. Y decidió que su sabor era mucho más sabroso
que todas las delicias que los Dioses podrían entregarlo.
El baile más antiguo del mundo comenzó
entonces, sus caderas moviéndose hacia delante y las de ella elevándose para
encontrarse. Profundo, cada vez más profundo, ora lento, ora más rápido. Las
respiraciones se entrelazaron y las miradas se encontraban. En algún momento
las muñecas de ella fueron apresadas por encima de su cabeza mientras que él
dejaba un rastro de besos hasta llegar a sus pechos que enhiestos le daban la bienvenida.
Y entonces, las tornas cambiaron y en un movimiento rápido fue ella la que se
encontraba cabalgado en sus caderas, la que tomó el control de la situación.
El hombre la observó entonces,
deslizando lentamente sus manos de sus caderas por sus costados hasta atrapar
sus pechos en sus manos, rozando estos con las palmas de las manos. El cabello
oscuro de ella se encontraba despeinado, humedecido todavía, salvaje. Sus ojos
grisáceos hacía unos minutos se habían convertido en dos pozos oscuros que le
observaban con un brillo rojizo. Un escalofrío le recorrió entonces, de arriba
abajo, porque un nombre vino a sus labios sin poder evitarlo: Morrigan. Elevó
entonces sus caderas provocando una exclamación en ella que terminó en risa e
hizo que marcara un nuevo ritmo.
El cabello oscuro de ella los cubrió
entonces como si fuera un dosel cuando se echó hacia delante para poder besar
sus labios, mordiéndolos con fuerza hasta el punto de que él juraría que le
había hecho sangre y que provocó un nuevo gemido, un nuevo jadeo, unas manos
crispadas en las caderas femeninas. Allí estaba, esa oleada de placer que
comenzaba a incrementarse con cada giro del cuerpo femenino, con cada roce, con
cada beso y caricia. Deslizó sus manos por su vientre, estando dispuesto a
jurar que había sentido un ligero calambre. Notaba las ondas de la Esencia a su
alrededor envolviéndolos de una manera que no había sentido hasta el momento.
Esa mano bajó entonces hasta el lugar donde los cuerpos se encontraban unidos,
encontrando ese pequeño botón de placer que comenzó a estimular notando los
estremecimientos de la mujer. Sabía lo que significaban y también sabía que el
momento estaba llegando.
Cegado por completo, hizo un movimiento
brusco para dejarla de nuevo bajo su cuerpo mientras la miraba a los ojos y se
movía con firmeza para anclarse en su interior, todo lo profundo que pudo,
mirándola a los ojos. Una mezcla de dolor y placer recorrió el rostro femenino observaba
con atención cada uno de sus gestos. De forma perezosa comenzó entonces a
moverse una vez más disfrutando los cambios de su rostro, cómo el placer velaba
sus ojos y sus labios dejaban escapar esos ruidos que eran como melodía
celestial en sus labios. Esos labios que se encontraban rojos y abultados
gracias a sus propios besos, como aquel que la robó entonces jugando con su
lengua el mismo juego que sus caderas habían marcado.
—Eres mía.
Repitió entonces aquellas palabras
porque no quería que hubiera ningún tipo de confusión. Era suya, únicamente
suya y se lo demostraría de mil maneras aquella noche. Hasta el momento no se
había demostrado tan posesivo con nadie, ni con las mujeres que se encontraban
en su hogar y mucho menos con aquellas que le habían llamado, pero ella... ella
era diferente y no sabía bien por qué. Quizá fuera culpa de la Esencia que los
envolvía provocando que las sensaciones fueran más allá de una satisfacción
física, de un placer que lo estaba enloqueciendo.
Estaban encadenados en el otro, besando,
devorando, unidos como engranajes perfectos de una máquina. En la cabeza de él
solo se repetía una misma palabra: “Mía”. En la de ella solo había placer, un
placer tan intenso que estaba segura de que le haría perder la cabeza. Las olas
de la pasión que sentían se elevaban rápidamente y casi juraría, que alrededor
de ambos, podía ver vetas de Esencia entrelazándose en miles de colores
dispuestos a explotar en cualquier momento.
—Oh... dioses... —gimió con la voz
entrecortada cuando sintió cómo el orgasmo llegaba.
Él gruñó cuando todo explotó a su
alrededor y se derramó en su interior aprisionándola bajo su cuerpo. Ella clavó
las uñas en su espalda unos segundos más tarde arqueando todo su cuerpo en un
grito silencioso que dejó expuesto su cuello. Él no dudó ni un solo instante en
hundir sus labios en este, recorriéndolo lentamente, de forma mucho más
perezosa mientras movía sus caderas en los últimos envites. Mordió entonces su
clavícula con quizá más fuerza de la necesaria, para después deslizar su lengua
por encima como si de esa manera pudiera paliar el dolor que había provocado y
después gruñó algo que ella no entendió. Las manos de la mujer se deslizaron
lentamente por la espalda del hombre, notando cómo los músculos se movían
suavemente cada vez que él cambiaba de posición: puro acero bajo la piel suave
y cálida.
—Como me sigas acariciando así... no sé
si voy a poder contenerme. —comentó él mientras hundía la nariz en su cuello,
empapándose por completo de su olor. —Hueles tan bien...
La mujer rió divertida, mientras se
movía ligeramente hasta que finalmente él salió de su interior, dejando un
pequeño beso en sus labios. El cansancio en ese momento los atacó a ambos, como
si la energía hubiera caído de pronto. Él se movió entonces arrastrándola al
cobijo de las mantas tapándoles con ellas y rodeándola con sus brazos. El
suspiro de la mujer se escuchó con claridad en mitad de la tranquilidad y del
silencio. Ni siquiera el gato negro se había acercado a la habitación en la que
habían estado los dos como si supiera que aquel instante era algo único, de ambos,
en el que nadie más tenía cabida.
El sueño llegó para arrastrarlos a ambos
a su propio mundo, un mundo onírico donde todo era posible. Un mundo en el que
ella se dio cuenta de algo que provocó un reconocimiento instantáneo: él era la
persona con al que llevaba las últimas semanas soñando. Quizá por esa razón esa
voz interior le había dicho que se lanzara, que no pensara, que simplemente
siguiera su camino y no se permitiera dudar. Una muestra de fe, de confianza;
un salto al vacío en el que no sabía si habría una red de seguridad esperándola
o no. Una noche que habían compartido sin más complicaciones, ¿verdad?
~*~*~
La mujer se movió en la cama y al
girarse se dio cuenta de que se encontraba sola. Por un momento parpadeó hasta
que consiguió desprenderse del hechizo de Morfeo para mirar a su alrededor.
Allí, recortado contra la claridad que llegaba desde la calle, pudo ver la
figura del hombre que había llegado de improviso a su vida. Su mirada se paseó
por la espalda desnuda, bajando hasta su trasero y después por las piernas que
se encontraban ligeramente separadas. Era la planta de un guerrero, de un
hombre que estaba acostumbrado a mandar y ser obedecido, a una espada en las
manos y un enemigo enfrente con el que batirse. Durante unos segundos se le
quedó mirando sin más, sin atreverse a moverse. Sabía que habían tenido una
pequeña tregua, pero que aquello no había hecho más que empezar.
—Tenemos que hablar.
La voz del hombre sonó entonces grave,
profunda, un susurro que había llegado perfectamente hasta sus oídos provocando
que dejara escapar un ligero suspiro. Se giró entonces, de medio lado, para
observarla y ella le devolvió la mirada. Había que buscar una solución porque
él no era de este mundo y ella, por mucho que hubiera pasado por alto las
advertencias de su cabeza, sabía que aquello no podía volver a pasar. Sin más
se estiró para tomar la sábana y tiró de ella envolviéndose al tiempo que se
incorporaba para acercarse hasta donde se encontraba él. Por unos instantes se
quedaron ambos hombro contra hombro mirando hacia el jardín trasero; el lugar
donde él había aparecido hacía unas horas. Un escalofrío la recorrió porque
sabía lo que iba a suceder a continuación.
—Este no es mi lugar.
—Lo sé perfectamente.
—He tomado mi pago. —miró entonces hacia
la mujer y notó cómo se tensaba ante esas palabras, al tiempo que veía el ceño
fruncirse. —Y debo volver a mi tierra.
—Yo no he dicho lo contrario, es más...
era la primera que quería que salieras de mi casa.
—¿De verdad? —preguntó él mientras
arqueaba las cejas. —Solo lo digo para que las cosas queden claras.
—Maldita sea, sé perfectamente que no te
puedes quedar y que tienes que largarte. —la mujer se movió entonces para
interponerse entre él y la ventana, teniéndolo entonces cara a cara. —No voy a
ponerme a llorarte para que te quedes ni a tirarme del pelo, no te preocupes,
no soy así.
—No sé si sentirme aliviado o
dolido.—comentó con un tono divertido alzando una mano para deslizar lentamente
el pulgar por su labio inferior. —Deja de mordértelo, solo yo tengo derecho a
hacerlo.
—Oh, venga ya... —la mujer se apartó
entonces, frunciendo el ceño, pegando su espalda contra el cristal de la
ventana. —No me vengas ahora con tonterías románticas y bla bla bla, ya está hecho.
Has cobrado el precio por venir hasta aquí aunque por regla general siempre
había escuchado otros muy diferentes.
—¿Estás molesta?
—Estoy cabreada porque me parece
estúpido que hayas venido para pasar una noche conmigo y después desaparecer.
—comentó para después chasquear la lengua. —Sé quién demonios te ha llamado y
voy a despellejarla viva, te lo juro.
—Me parece una amenaza bastante vana...
—respondió, sonriendo de medio lado. —Por mucho enfado que escucho en tus
palabras, no lo leo en tus ojos. Además, me has mentido, supuestamente no
sabías nada de todo esto.
—Y no sabía nada. —dijo mientras
sujetaba con más firmeza la sábana con la que él había comenzado a jugar hasta
descubrir sus senos. —Pero tuve una llamada... justo cuando me imagino que tú apareciste.
¿Cómo te ocultaste de mí?
—Si te lo dijera, querida, perdería toda
la gracia.
La respuesta murió una vez más en sus
labios cuando él se inclinó reclamándola, una vez más. Su cerebro desconectó y
solo supo responder a esa boca que comenzó a modelar la suya, comenzando por
las comisuras y muriendo en su mentón antes de volver a tomar en ataque directo
sus labios. Solo mantuvo las manos sujetando la sábana hasta que perdió por completo la cordura y pegó su
cuerpo al suyo porque de repente tenía frío y él era la única fuente de calor
que había. O al menos eso fue lo que le gustó pensar en ese momento, en un
instante de lucidez. Las manos de él recorrieron su espalda hasta que una bajó
tomándola por la cintura y la otra subió para sujetar su cabeza e impedir de
esa manera que se moviera, como si ella fuera a irse a algún lugar que no fuera
de vuelta en la cama.
Pronto estuvieron de nuevo entre las
mantas, con sus cuerpos entrelazados y con esa Esencia que burbujeaba a su
alrededor acunándolos. Por esa noche, eran Morrigan y Dagda yaciendo en los
brazos del otro. En ese momento, eran la unión de ambos mundos en la noche de
Samhain, cuando el velo se hacía tan fino que se tocaban. Eran la expresión
máxima de que, en el fondo, no eran diferentes. O quizá solo era ese instante.
Solo era ese momento en el que se encontraban. Quizá fuera por las corrientes
que se deslizaban a su alrededor que hacía que se buscaran una y otra y otra
vez, a lo largo de todas las horas de la noche. Quizá fuera que los designios
de los Dioses habían hecho que se encontraran después de décadas en las que
ningún mortal se había encontrado con un Ser del Otro lado. Quizá fuera,
simplemente, que en las Estrellas estaba escrito que aquel encuentro ocurriera.
Como fuera, aquella noche de Samhain iba
a marcar su vida de una manera que jamás hubiera imaginado aunque ella no lo
supiera en el acto, aunque él volviera de vuelta a su Tierra en un viaje que
hizo que dejara parte de su alma atrás. No se dieron cuenta mientras yacían en
los brazos ajenos, ni tampoco cuando al día siguiente ella se encontró sola en
la casa y pensó que todo era un sueño... si no fuera porque a la altura del
corazón tenía una marca en forma de espada que antes no estaba y que no se iba
por mucho que los días pasaran.
La Rueda había comenzado a dar una nueva
vuelta y sus Destinos, para bien o para mal, se habían entrelazado comenzando a
crear un nuevo trozo del Tapiz mostrando que sus Mundos no eran tan diferentes
como se había creído siempre.
FIN
lainnya dari Originales
Ditulis Oleh : Lyenever // 21:22
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Originales
3 hilos entrelazados:
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Guao que decir....me dejaste sin palabras, se te da genial ^^ sabes que llevo leyendo tu blog desde que me diste la dirección y aún ahora me atrevo a dejarte comentario xDD En serio está genial la historia, conseguiste envolverme completamente mientras la narrabas, sigue así, eres muy buena ^^
ResponderEliminar¡Gracias guapísima! No sabes lo que me ha alegrado tu comentario. Creo que eres de las que mejor sabe lo que me ha costado este relatillo porque has vivido en primera mano mis momentos de frustración cuando las musas se me iban de fiesta.
EliminarBesazos guapísimas!
Precioso cielo. Me recuerda muchos otros escritos tuyos pero este es sumamente intenso.
ResponderEliminarBesos.